lunes, 9 de marzo de 2009

Viaje a las profundidades del patio



























Viaje a las profundidades del patio

Con la tarde
Se cansaron los dos o tres colores del patio
Jorge Luis Borges

Doblarse para permanecer íntegro; doblarse para mantenerse recto; vaciarse para una plenitud; marchitarse para una renovación; con menos hallamos, con demasiado nos extraviamos.
Laozi, cap. XXII

Ayer me porté mal en el cosmos.
Viví todo el día sin preguntar por nada,
sin sorprenderme de nada.
Wsilawa Szymborska

El ingrediente más pequeño es el más poderoso,
El acto más pequeño es el más potente.
Emily Dickenson
...
Hace unos dos años me invitaron a dar un taller de escritura a un grupo de campesinos de la región. Yo por ese entonces además de dirigir un proyecto del Laboratorio de Paz estaba realizando fotografías de la naturaleza que rodeaba a Ocaña y por otro lado estaba buscando la vida del patio de la casa: hormigas, líquenes, arañas, musgo, troncos viejos, hongos en las paredes, en los tejados. Coincidencialmente, o como parte de esas búsquedas, estaba leyendo temas del arte, la literatura y la filosofía china del siglo XVI, XVII y XVIII. Elogio de lo insípido, Vacío y Plenitud, Elogio de la Sombra y ese gran libro de la literatura china y universal Los Mandarines, de Wu Jinzu. Los temas se ajustaban a la perfección con las fotos: vacío y plenitud, lo insípido, lo agrio, lo dulce, la sombra y la luz, la pincelada, el color, la niebla, los pintores ermitaños, la caligrafía como estética y contenido, la comida como parte de una filosofía y una forma de vida, las ceremonias mundanas y hasta la vida política del periodo confuciano.

Así que cuando me propusieron esa colaboración con un proyecto que se ejecutaba en la región yo no dudé en enfocar ese taller en las búsquedas del momento. Organicé las fotos en un power point y le dije al grupo de silenciosos y educados participantes: este taller buscará un encuentro con lo que está allí cerca de ustedes, la poesía está por ahí, es pequeña y silenciosa, tanto que muchas veces pasamos por encima de ella sin darnos cuenta y ella se queda esperando nuestra mirada. La idea es ver, pensar el mundo, reconocerlo y reconocernos nosotros en él.

Comencé de inmediato a mostrarles las fotos: un gato negro a las seis de la mañana, una paloma dormitando, limpiacasas expectantes asomándose en una grieta, niebla flotando sobre las montañas al alba, un burro mirando curioso, las cuerdas de la ropa con gotas de lluvia, las cuerdas de la ropa con ropa al medio día, anotaciones de un carpintero en una puerta del siglo XIX que todavía abre y cierra en el siglo XXI, unas gotas de pintura regadas en el piso que semejaban una galaxia, un aguacero descuajándose en Semana Santa sobre el follaje del jardín, un gajo de higos contra el cielo violeta de un atardecer de principios de enero, la gota sobre una hoja, la hoja verde sobre la huella de otra hoja sobre un parche de cemento, verde sobre gris, la sombra de la tarde cayendo sobre el verde musgo semejando la vista de la tierra desde el espacio, una teja con parches de hongos, una arco iris, la estela blanca dejada por un avión, una pequeñita flor amarilla, un helecho creciendo en una ventana, un hongo blanco creciendo solitario en una pared. El taller se llamó: Viaje al patio de la casa.

Luego de exponer las fotos entregué a cada participante un papelito con un lápiz y les propuse que escribieran en ese minúsculo espacio algo relacionado con las fotos que les había mostrado. Tímidamente los campesinos fueron agarrando el papel y el lápiz y empezaron a mirar hacia dentro de ellos con esa mirada que se pierde en algún lado más allá del aire y el tiempo que habitamos cuando nos da por pensar o imaginar. Después de quince minutos algunos me entregaron sus creaciones, otros más osados leyeron al público y otros simplemente se llevaron el papelito para la casa. Después nos despedimos y allí, al parecer, terminó todo.

Con el paso del tiempo me he encontrado con algunos de los participantes que al verme se apresuran a sacar se sus billeteras un papel doblado y liso donde está el escrito que ese día no pudieron entregar: mujeres que abren el bolso y me entregan un poema dedicado a la ropa colgada, a las gallinas o a las estrellas. ¡La maravilla de la sencillez! Leer esos escritos después de un taller encierra la emoción de un nacimiento, la ventana que se abre al mundo.

Por supuesto, uno comienza a imaginarse otros talleres combinados como los helados o las obleas: qué tal un taller de astronomía con literatura, o este otro de cocina con astronomía y literatura, o este de contabilidad con barriletes y medio ambiente, o este de los papás con los niños y hasta el gato con cuentos de espantos incluidos o uno de costumbres de ahora con las de antes. Qué tal hacer un video un día de estos, o un programa radial o un periódico. O qué tal comernos una oblea de arequipe con crema de cerezas al final.

Este año he podido encontrarme con dos bellos libros de Italo Calvino. El primero de ellos, “Mundo escrito y mundo no escrito”, es una compilación de ensayos donde se habla del arte de leer, del placer de la literatura, de antropología, ciencia, neuronas, astronomía, cultura. También habla de la creación literaria y en uno de ellos menciona el hastío que a él le causaba ver las cosas y describirlas. Dice que a partir de esta dificultad comenzó a imaginarse un libro cuyo centro fuera precisamente esa carencia. Se inventó un personaje que llamó Palomar como homenaje al Monte Palomar donde está el observatorio astronómico de California.

Leí con avidez y placer esa pequeña novela “Palomar”: desde las primaras paginas supe que estaba recorriendo otra arista del taller de creación con los campesinos, cruzaba la línea de otra historia que estaba por ahí latente. El libro es pequeño y tiene esa gracia que hemos aprendido a apreciar de Calvino: el arte de la implosión en lugar de la explosión: donde las cosas que se dicen están como escritas en papeles pequeñitos. Los capítulos del libro están organizados como esos textos que se usan en el bachillerato para la clase inglés o francés: El señor Palomar en el supermercado, en el jardín, en el observatorio, en la playa, en el zoológico, en el balcón. Cada capitulo se divide en tres partes que tienen en primer lugar un ejercicio meramente descriptivo, a continuación la mirada cultural sobre el mismo objeto observado y por último, la mirada filosófica.

El libro era un detonante creativo a esa cadena de misterios que conforman la vida: lo que está arriba, lo profundo, lo oscuro, lo claro, la vida, la muerte, lo finito, lo infinito, lo feo, lo bello, la religión, la fe.

Calvino, tal vez sin saberlo, había redactado la continuación de ese taller, un momento con él encontrado en las líneas de la escritura, que como las líneas de la vida se cruzan, dándole significado y sentido al tiempo presente.

2009 © Benjamín Casadiego

Palomar

De Italo Calvino

Para reconocer una constelación, la prueba decisiva es ver cómo responde cuando la llaman. Más convincente que la coincidencia de distancias y configuraciones como las dibujadas en el mapa es la respuesta que el punto luminoso da al nombre que se le atribuye, la rapidez de su identificación con ese sonido hasta convertirlos en una sola cosa. Los nombres de las estrellas para nosotros, huérfanos de toda mitología, parecen incongruentes y arbitrarios; y sin embargo no podrías nunca considerarlos intercambiables. Cuando el nombre que el señor Palomar ha encontrado es el correcto, lo percibe enseguida, porque le da a la estrella una necesidad y una evidencia que antes no tenía; si en cambio es un nombre equivocado, la estrella lo pierde al cabo de pocos segundos, como si se lo sacudiera de encima, y no se sabe ya dónde estaba y quién era.