viernes, 14 de agosto de 2009

Adiós al corsario del Rock


- Tienes dos horas para encontrar a Willy Deville y sacarle unas palabras.
- Es muy poco tiempo –objeté espachurrando mi Pielroja sin filtro en el abarrotado cenicero: varias colillas se regaron sobre el escritorio dejando un olor agrio de ceniza vieja en el ambiente.
- Es cuestión de vida o muerte –dijo el director-. En estos momentos pueden estar ocurriendo dos cosas importantes alrededor de Willy…
- ¿Cuáles? –dije poniéndome la gabardina y embutiendo mi libreta en el bolsillo.
- Uno: que puede estar vivo. Y dos: muerto.
- No es nada nuevo –dije saliendo- yo también puedo estar uno: vivo y dos: muerto. Es la vida.
- Sí –dijo el director gritando al tiempo que yo daba el portazo de salida-. ¡Pero tú no eres Willy Deville!

No escuché la retahíla de hujueputazos al techo y al aire enrarecido que salieron desde la gris oficina de redacción y pasaron por el amarillento pasillo donde asomaban huecos de abogados, leguleyos y tinterillos. Una vez afuera encendí otro Pielroja. Un viento frío golpeó mi rostro. Ascendí buscando la Avenida Sao Paulo y me metí en una de las panaderías a comprar un roscón de azúcar, dejé atrás la calle de los restaurantes cantoneses, el olor a comidas callejeras, los cines triple X, los balcones de hierro de antiguas mansiones, hoy inquilinatos de podredumbre, y disfruté el fondo blanco de edificios recortados contra el azul de las montañas, el naranja evanescente del sol moribundo y el ruido intenso, lento del tráfico.


Era estupendo caminar por la ciudad cuando ya estaba atardeciendo: poco a poco todo dejaba de ser un trepidante sonajero y las cosas se alargaban en reflejos de luz que luego se desvanecían transformándose en otros reflejos de sombras y luces, en bombonas amarillas, en charcos metálicos sobre el asfalto hasta el abandono pleno a la noche. Dejé atrás la Estación Central y los músicos callejeros, los almacenes de ropa, la fachada de granito del Teatro Municipal, los zócalos hundidos, hice el atajo esquinero de la centenaria Farmacia Ruiz que me dejaría, cinco cuadras más adelante, en la Sao Paulo con la Diagonal Nicaragua. Caminé tres cuadras de bancos y edificios públicos; el ciego del bandoneón, obeso y deforme, se escurría contra la pared, el sombrero caído y su rostro picado: cantaba “Milonga Sentimental” con voz de gato, el ruido de alguna que otra moneda (no la mía) cayendo en su tarro de galletas Noel; tres metros más adelante un mendigo alargaba su pierna gangrenada sin cantar y sin llorar y ya, en plena Sao Paulo, el golpe seco de un choque entre dos buses de pasajeros. Vidrios saltando en el piso como granizos. Vectores humanos confluyendo en un mismo punto. Otros colores para la tarde.

La ciudad era tranquila a esa hora, todos nos esmerábamos por llegar o por acabar de hacer lo interminable. La Plaza Colón, sus árboles, los vendedores de minutos, los informantes, los estudiantes abrazados, los alcohólicos, drogadictos, prostitutas, las palomas y mi ritual: darle de comer lirios a la enorme iguana que se los tragaba de un golpe, con los ojos cerrados, concentrada como una anciana decente que luego, satisfecha, se subía al árbol más cercano; sentada en el pretil de la fuente, una gitana de rostro largo, me observaba atenta: yo había comenzado mi tránsito en diagonal por la plaza hacia las callejuelas adoquinadas del centro histórico.

- Leo la suerte - me dijo angustiada, estirando la mano para agarrar la mía.
- Primero una pregunta – la paré en seco - ¿Lees mis artículos?
- No… -dijo triste.
- Entonces no puedes leer mi mano.
- ¿Por qué no, señor mío?
- Porque si lees mi mano vas a leer mis artículos, los que escribí y los que todavía no he escrito. Eso me acarrearía dos problemas.
- ¿Cuáles señor mío?
- El primero: que leerías gratis mis anteriores papeles, pero además terminarías cobrándome por leerlos ¿entiendes ahora para qué sirve leer vieja pilluela?
- Y segundo…
- Eso es: Y segundo, que si lees los artículos que no he escrito terminarías escribiendo mi columna diaria y la gente creería que soy yo el que escribo cuando realmente eres tú quien los escribe, copietas.
- Pero tú cobrarías igual, Señor mío.
- ¡Alto ahí! ¡No igual! Cobraría como un jubilado y eso no me va. ¡Los periodistas morimos con la pluma enhiesta! Y luego, ¿sabes qué?
- Qué –imploró la vieja gitana que ya quería huir de mí.
- ¡Que tú te convertirías en mí! ¡Y eso no te lo perdonarían mis lectores!

La gitana se alejó desbocada lanzado de vez en cuando miradas aterradas hacia atrás. Aún así alcancé a gritarle:

- ¿Ya te ubicaste vieja bribona en el exigente e inhumano mercado de la palabra?

La ciudad era una esquina en la tarde que se fundía entre la quietud y el tropel. No tenía la brillantez de la mañana, cuando sus habitantes se adentraban entre tímidos y anhelantes en la incertidumbre del día. Me detuve en el kiosco de los periódicos vespertinos, una noticia pequeñita: “Los cubanos se pueden quedar sin papel higiénico para fin de año”.


La noticia me ayudó a trazar mi estrategia. Decidí ir a buscar a Willy en el café Valdés de la Plaza Botero. Si estaba vivo existía la posibilidad de un 0.1 % de que llegara a ese sitio. Si estaba muerto la probabilidad era del 0%. Si llega, muy bien, si no, era que no convenía. Así es la vida, perfecta como la matemática y sin muchos azares. Pero la que sí tenía que llegar a ese sitio era Luz, la estudiante de periodismo. Ella no estaba muerta: es viva, o por lo menos así la dejé la última vez que se quedó dormida en su cama antes de terminarle de leer uno de mis mejores artículos sobre las palomas de la paz que cagan la cara de nuestros héroes patrios, supongo que era ella: su voz que murmuraba incoherencias pastosas, sus suaves ronquidos, la pelusilla rubia de sus mejillas, el reflejo azuloso de la pantalla del computador en su cara, mis caricias que empezaron a desabrochar su ropa cuando cayó rendida con mis lecturas somníferas, mi truco infalible.

- ¿Qué deseas hoy? – me dijo la muchacha que a veces me sonríe y a veces no.
- Lo de siempre.
- Un expreso doble –dijo para sí misma, sin mirarme, haciendo una señal con marcador en el vaso de cartón rojo- ¿Así?
- Así. Gracias.
- ¿Algo más? – me dijo cuando detuve la larga fila por mirarla.
- No, así está bien.
- Al final de la barra le entregarán su pedido–me dijo con su sonrisa estándar, su voz afectada de azafata-. Que lo disfrutes.
- Por supuesto que sí. Te disfrutaré.



La del café se mira con la otra, rubia y grande, una sonrisa que se pierde en retruécanos de lenguaje no verbal. En el grupo de mesas metálicas y la arquitectura de velero, descubro la mesa señalada, allí está Luz, esperándome desde hace rato. Ella no toma café. Granizado de naranja con torta de zanahoria. El café la deprime.

- Terminó su investigación – le dije a modo de saludo.
- Ya.
- ¿Y qué?
- Nada –dijo Luz-. Cosas sueltas en realidad.
- Cuénteme algo –acabé de sentarme, bebí el café sin azúcar, eché un vistazo casual a las otras mesas.
- Y vos qué pensás hacer con eso –me dijo cruzando las piernas, dejando ver unos músculos firmes y morenos-, ¿uno de tus artículos somníferos?
- Nada de eso, quiero escuchar lo que averiguó -busqué un cigarrillo, lo encendí, aspiré hondo- . Yo no vivo de papeles viejos.
- ¿De qué vivís vos viejo?
- De bellas dormidas.
- ¿Lo decís por mí? – Luz se sonrió satisfecha de noséqué y metió boca y nariz en el granizado de mandarina.
- ¿Qué encontraste en el tour por las ediciones viejas del periódico?
- Encontré cosas que me llamaron la atención, por supuesto –dijo Luz sacando su libretica de apuntes-. Luces a eventos lejanos, ocultamiento a otros locales, sin escamotear nada. La muerte del poeta Guillermo Valencia ocupaba un titular completo y media página de entrada más un cuarto del interior. El editor se imagina cosas…
- Como por ejemplo…
- Como por ejemplo, que la muerte de Valencia es llorada por todo el continente.
- Vea pues, pero comencemos por el principio…
- El principio es el 6 de febrero de 1912.
- ¿Qué hay allí?
- No hay nada…
- ¿Cómo así?
- No hay noticias, puros anuncios publicitarios; hay uno muy grande que ocupa el centro: Miguel Vásquez e hijos. Almacén de ferretería y para mineros. Tienen un surtido disponible en artículos de primera calidad. Dos años después aparece la primera guerra mundial: “La confrontación europea. Génesis de la actual guerra.” A la muerte del poeta José Eustacio Rivera le dedican 10 líneas, pero más abajo el suceso es remarcado con un titular a tres columnas, sin embargo debajo del titular está el cuerpo de otra noticia. Pareciera que los diagramadores pensaran el periódico mientras lo montaban. El final de la guerra contra Perú es ilustrada con caricaturas referentes a Olaya Herrera, Urdaneta y Valencia. Luego ocurre algo raro.
- ¿Qué cosa?
- El titular a seis columnas dice: “Interesantes gráficas de la tragedia ocasionada en el campo de aviación de la ciudad” Abajo dice: “Laureano Gómez llega hoy”. ¿Sabe a qué se refiere todo eso?
- Eso de interesante… Deme una pista.
- Ya se la di.
- Otra.
- Es el año 1935 y en una esquina se lee: “En Buenos Aires y en Nueva York causó gran sensación la tragedia”.
- ¿La muerte de Gardel?
- Adivinó. Pero el lector tiene que ser un mago para entender que es la muerte de Gardel porque en todo el periódico solo se menciona una vez, la prioridad es la tragedia de aviación y el resto de muertos, de hecho dice en otro lugar: “En todas las ciudades se decretó luto por la terrible catástrofe”.
- Eso es respeto por todas las victimas, vea usted.
- O descuido de los diagramadores… Años después aparece el ejemplo de una noticia que se va desarrollando en la misma página. Como en internet.
- Cuénteme eso.
- Sí, una noticia que uno la ve evolucionar a medida que baja la mirada por la primera página, “En estado pre agónico el ex presidente Carlos E. Restrepo” y una línea más abajo dice: “Falleció a las 4 el Dr. Restrepo”. Y ya en la parte final de la página, abarrotada de anuncios comerciales: “Todo el país conmocionado”.
- Conmocionado, era la palabra de moda.
- Es aun la palabra de moda. En noticias RCN usted la escucha a menudo. El cubrimiento de la Segunda Guerra Mundial es aparatoso. Por ejemplo este titular del 17 de junio de 1941: “Francia se rindió INCONDICIONALMENTE a Los Alemanes!!”; en 1944 se lee: “París se liberó a sí mismo”. Aquí tengo este dato que es de más atrás solo que soy un poco desordenada con mis fichas, en 1940 este titular apeñuscado en medio de la página: “Alemania prepara el ataque a Inglaterra. Tratará de ocupar a Islandia desde los puertos de Noruega”.
- Las estrategias eran trasmitidas como un juego de ajedrez o un partido de fútbol -dije yo.
- Así es. En el 36, debe saberlo, el periódico fue asaltado e incendiado.
- Sí.
- La llegada al gobierno de Laureano Gómez y su frase: “Pido a Dios que me de fuerzas para poder responder por tan grande responsabilidad”. Muchos años después, a fines de los 80, aparecen otras muertes que no están en los tamaños a que nos acostumbramos: Pardo Leal, Jaramillo, Guillermo Cano, Pizano, aparecen pero no como un grito, sino como un susurro. Y en fin, otras cosas: ese deseo inmenso por ser internacionales y grandes hasta en las tragedias: la foto muestra un edificio semidestruido y el gran titular: Somos la Beirut de América. ¿Qué mirás viejo?
- No, nada. Siga.
- En resumen es eso: luces y sombras, manejadas por una tramoya ideológica.
- Pues nada nuevo –dije yo decepcionado lanzando una bocanada en forma de circulo que recorrió ingrávida todo el café-. No alcanza ni para que un lector se duerma.
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Jirones de reflejos, hojas de vidrio, flujo y reflujo sin fin de personas, de todas ellas detengo la mirada en el que tiene que ser, para algo tenemos ojos selectivos: un hombre, de cabello largo y liso, largas zancadas, pantalones negros y chaqueta negra con camisa blanca. La bocanada circular fue a detenerse sobre su cabeza y lo siguió hasta que encontró su mesa, su silla y su café. Alguien, una mujer lo esperaba.

- ¿Aquél santo no es Billy? – le digo a Luz estirándome un poco.
- ¿En qué mundo andamos? –dijo Luz abriendo sus ojazos- Billy murió esta tarde.
- ¿Y quién es ese entonces? –dije restándole importancia a ese asomo tribal juvenil.
- Su doble, por Dios, está cerrando unos compromisos que Billy adquirió antes de morir: entrevistas, donaciones que debía recibir, etc. Nada que ver con conciertos porque el gran Billy no tenía dobles. Era el último de los auténticos, no tenía correo electrónico, celular, ni se dirigía a sus fans por medio del twitter, ahora que todos vivimos tuitiándonos.
- Tuteándonos querrás decir.
- Eso de tutear es de ustedes los de la vieja guardia, para nosotros es tuitiar viejo. Ponete al día, ¿sí?…
- Pero dices que Willy ni siquiera tenía correo y así les gustaba. El poder de los viejos…
- Por favor no te comparés. Vos no sos Willy.

De pronto miro a la mujer que lo esperaba desde hacía rato como una cita concertada con el tiempo: larga, flácida y ajada, tal cual un dibujo azul de Picasso. Estaba sentada a su lado, pero la silla quedaba frente a mí, así que mientras leía la mano que le extendía el doble, ella podía mirarme. Después miré bien y ella dejó ver su suave sonrisa de victoria alada. La sangre dio tumbos como un torrente helado. En algún lugar escuché la Rapsodia en Azul, cruzándose con las espesas campanadas de la catedral y la sirena de una ambulancia.

- ¡Aquél soy yo! –grité al fin- ¡Y aquella es…!
- ¿Qué pasa hombre? –dijo Luz.
- ¡El doble de Willy soy yo!
- Y éste… ¿se la fumó verde o qué?

Dejé a Luz con su lógica barata y me fui tambaleando hacia donde estaba mi doble.

- ¿Qué haces, vieja bribona? – le espeté a la gitana - ¿Qué lees en mi mano?
- Ya llamé al director del periódico –respondió impávida.
- ¿Qué le dijiste impostora?
- Le dicté las palabras del gran Willy que mañana saldrán en primera plana.
- ¿Y qué dijo el tal Willy?
- Me dijo esto, perdón, te dijo esto: "Si supiera cómo va a ser un concierto me aburriría antes de salir. Sería como saber quién va a ganar una pelea callejera”.
- ¡No! –grité desolado- ¡Es la frase perfecta y yo no estaba allí!

Se rió a pedazos, como un muñeco antiguo, mostrando su boca profunda y mellada.

- ¿Sabes lo que me dijo tu jefe?

Sus palabras eran una risa convulsa y grotesca:

- El director me dijo: “Eres grande Gómez, perdona mis indelicadezas de esta tarde, a veces me acelero, pero eres grande. ¡Qué palabras las que le sacaste al gran Willy!”

Era grandioso, ella era grandiosa. Dejé el café aterrado mirando hacia atrás, tropezándome con mesas y bebedores de café (una torta de chocolate rodó por el suelo) y caminé como sonámbulo por la ciudad, pateé los humeantes canecos vacíos que les servían a los vagabundos para abrigarse, escuché sus maldiciones pastosas, recorrí las calles que se volvieron desiertas con el paso de las horas, miré de reojo las enormes vitrinas con los inquietantes maniquíes que en la soledad provocan pavor; en una esquina, entre vendedores de café y morcilla, estaba la edición matinal del periódico con el titular que ella redactó. Leí la noticia. Lo normal, nada había cambiado: era yo el que escribía. Caminé a casa a descansar, a esconderme de la ciudad, pero antes de entrar me asomé por la ventana de mi habitación.

Lo imaginé, soy un periodista de los buenos, de esos que puede ver los matices y las ramificaciones de las historias mientras se las cuentan. Soy de los últimos que quedan así en la ciudad. Por eso lo supe desde antes de llegar a casa, pero igual me asomé. Allí estaba ella, recién bañada, desayunando con frutas, al lado un café: peinaba lentamente su larga cabellera de gitana y cantaba una antigua y triste canción romaní; la pantalla del computador daba un aire azuloso a su rostro tranquilo. La esperaba, tal vez, un día agitado en noticias.

- Esa soy yo – me dije aplastando contra el piso el último de mis Pielroja sin filtro–; y este soy yo: el lector de ella. Estrujé la cajetilla y la tiré a un cubo. ¿Para dónde ir ahora? No hay mundo más allá de una noticia en papel periódico. De repente me entraron ganas de leer las manos de los transeúntes que pasaban deprisa por mi lado como un desfile interminable de muñecos grises, todos leyendo la primera página sin mirar a los lados.

El sol de la mañana se estiraba en jirones por la calle.
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Benjamin Casadiego © 2009

domingo, 9 de agosto de 2009

Escuela, comunidad y niños en el Medio


6 recomendaciones para una experiencia de comunicación escolar en medio del conflicto desde el proyecto CISP-OIM en Norte de Santander y Arauca.

Recinto Quirama, Rio Negro Antioquia, Julio 27 al 31 de 2009.

Benjamín Casadiego, proyecto CISP-OIM

Contexto para el ejercicio

Del 27 al 31 de julio de 2009 se realizó la 8ª versión de OUR MEDIA/ NUESTROS MEDIOS. El evento tenía 4 grandes temas: 1 Medios ciudadanos y conflicto; 2 Comparando los medios alternativos: problemas teóricos y metodológicos; 3 Imágenes indígenas… Historias de identidades; 4 Experiencias internacionales en narraciones digitales para el cambio social.

Durante una semana, comunicadores, investigadores, académicos y educadores de Colombia y el mundo debatieron, mostraron experiencias, documentales, libros, revistas, ideas en varios idiomas y en una hermosa hacienda del siglo XVIII convertida hoy en hotel escondido en las montañas.

El ejercicio inaugural de la semana estaba ubicado en la mesa “Medios ciudadanos y conflicto armado. Las lecciones aprendidas en Colombia” e invitaba a que cada panelista desarrollara 6 propuestas para que una experiencia de comunicación pudiera desarrollarse en Afganistán con base en la experiencia colombiana. Posteriormente intervino el grupo de invitados internacionales.

En esa perspectiva el proyecto CISP-OIM en Norte de Santander y Arauca, desde la experiencia en campo y en los debates internos, ha generado aprendizajes que aquí se insertan como elementos, más de debate que de recetas finales, entendiendo que las recetas se dejan a un lado una vez se comienza a realizar el plato.



Escuela, comunidad y niños en el medio

En espacios de riesgo y conflicto entendemos que un medio es comunitario porque es escolar: la escuela es sitio de reuniones, es confianza local, es respeto.

Históricamente la escuela ha desarrollado en su interior una compleja estructura jerárquica donde el estudiante es una maquina imperfecta que debe ensamblarse para entrar en sociedad como resultado final. Esta dinámica “margina” de alguna manera la experiencia comunicativa vital de la comunidad de niños y jóvenes.

De pura casualidad escucharemos hablar de tareas y lecciones a un grupo de niños o adolescentes reunidos en los pasadizos de las escuelas o en las esquinas del barrio: en esos corrillos se están tejiendo redes que nacen de la escuela pero que crecen al margen de ella. Desde esa perspectiva, el hecho de que los estudiantes se dediquen a crear una red interactiva es un reflejo de lo que Habermas ha llamado Interés cognitivo práctico. Por “práctico”, Habermas entiende que los supuestos de tal conocimiento no están relacionados directamente con la acción instrumental (lo que se aprende en el salón de clase) tal y como es definida por los supuestos del conocimiento, sino más bien enfocados hacia la creación y clasificación de significados, la consecución de comunicación y la producción resultante de lazos colectivos y mutuos entre los individuos de una comunidad que comparten sistemas de creencias. Los intereses prácticos conciernen al conocimiento que surge de la interacción colectiva y al conocimiento que le precede y que constituye su base.

La semilla de la comunicación escolar crece en ese intersticio. Por eso la importancia de los medios escolares en contextos no formales: porque ellos recogen esos espacios e intereses prácticos, "ablandan" la estructura jerárquica y propician un cruce más fluido entre el espacio comunitario y el escolar.


¿Cómo se realiza ese cruce comunidad-escuela?

De muchas formas, por ejemplo: Cuando un medio comunitario basado en la escuela piensa otros espacios de comunicación, cuando se piensa en los saberes intergeneracionales, cuando viejos y niños comienzan a preguntarse mutuamente, cuando esas "pequeñas" tomas de decisiones (escoger tal foto, priorizar tal toma, tal escenario, decidir tal texto entre todos padres y niños) nos abren las ventanas de la participación y la democracia no como algo abstracto sino como eso: algo práctico que nos lleva a un resultado entre todos.



Nuestras seis recomendaciones:

Siguiendo la dinámica del ejercicio, hemos estructurado estas seis propuestas o recomendaciones para que una experiencia de comunicación pueda insertarse en escuelas en situación de conflicto:

• Debe ser una iniciativa de educación no formal, es decir que esté dentro del aula pero cuya producción se de en tiempos extraescolares.

• La experiencia de comunicación debe ser transversal al aula. Es decir, sus contenidos deben conectar la experiencia cultural viva del barrio, de la casa, de las horas extraescolares con los formatos de educación formal. Al mismo tiempo debe tener un cruce con otras disciplinas de la misma escuela: lenguas, ciencia, investigación.

• Los contenidos. Los dueños de esa información es la comunidad educativa y es allí donde primero tiene que difundirse, esto no indica que luego otras comunidades se retroalimenten con esos contenidos, pero la comunidad productora debe saberlo y consentirlo. ( aporte de Libardo Benavides)

• Ubicación y administración. Por supuesto, la experiencia debe estar ubicada en la escuela (centro de confianza de la comunidad) con administración equitativa entre los niños, los profesores y los padres de familia, con igualdad de condiciones para decidir contenidos, talleres y horarios de trabajo. Esto significa al mismo tiempo una apuesta participativa. En una experiencia de comunicación deben participar los padres de familia, los profesores, el vecindario y los niños, todo ese grupo conforma lo que se entiende por comunidad educativa.

• Respeto por los contenidos. Tiene que haber un proceso pedagógico que apoye la creación de contenidos desde la memoria, los juegos, la cocina, los rituales de comunicación, etc. Esto no significa banalizar o evadir el conflicto, significa elevar al individuo hacia experiencias vitales que lo convoquen como ser humano creativo. Muchas experiencias de comunicación para la paz se regodean con el conflicto y terminan reproduciendo la historia íntima del conflicto. Deben apoyarse iniciativas donde los individuos de la escuela sean sujetos de derecho y no seres marginales aplastados por el conflicto.

• Neutralidad. La escuela está ubicada en espacios de riesgo debido a la presencia de grupos armados organizados, esto marca líneas en cuanto a los contenidos: es importante dejar en claro a través de los contenidos y los talleres esa condición de neutrales. Esto no sugiere un mensaje conformista hacia el desconocimiento, la búsqueda de la verdad y reconocimiento de la memoria, todo lo contrario: implica una mirada compleja de la realidad, una búsqueda equilibrada hacia la verdad.


Comentarios:

1. La primera de nuestras 6 condiciones es que la experiencia de comunicación debe tener una perspectiva desde lo no formal. Esto implica un reto que es casi un retruécano: ¿Cómo formalizar lo no formal en la escuela? Esto parece ser definitivo y hace parte de nuestras preguntas actuales. Para que las cosas funciones debe haber un sentido de apropiación plena de la escuela hacia el ejercicio no formal, para ello hay que crear alianzas sólidas y verdaderas, nacidas de la necesidad, entre las directivas de la escuela y las organizaciones que llegan a implementar experiencias no formales. Esto implica un sistema de evaluación y seguimiento conjunto y unas metas construidas entre ambos.



2. Me preocupa la poca presencia que tiene la escuela en estos eventos de comunicación.

3. Llama la atención en la conferencia OUR MEDIA esa marginalidad de los contenidos en los jóvenes. Pero también la uniformidad: todos, desde Nueva York a Bangladesh y Bogotá están unidos por el Hip Hop. Esa marginalidad, para mi gusto, está atrasando la inclusión de los jóvenes marginados en el mundo de la vida real: la política, los debates de la democracia, la toma de decisiones, la participación. Es como si hubiera una aceptación de lo marginal que está sacando dividendos en investigación pero que en el fondo mantiene a buena parte de nuestra sociedad al margen de las decisiones diarias que construyen nación. “Me pregunto qué estamos esperando para crecer, ya tenemos todos cierta edad.” Michele Monina, ESTA VEZ EL FUEGO.

4. Robert Everhart, Leer, escribir y resistir: “¿Y si fuéramos capaces de tratar a los adolescentes como personas responsables, con un sistema de conocimiento que no fuera considerado inferior al de los adultos, sino diferente? ¿Y si nuestros procedimientos de socialización formalizada no estuvieran basados exclusivamente en intereses tecnológicos, como en la mayoría de las sociedades modernas, sino orientados hacia una competencia trascendente en la que los individuos fueran más capaces de crear historia, al aprender críticamente a examinar su lugar en ella? ¿Y si pudiéramos ritualizar competencias tales como la manipulación de las habilidades básicas, pidiendo a los estudiantes que pusieran esas habilidades a trabajar colectivamente en su comunidad y llegasen a comprender ese proceso de ritualización? (Ésas son, tal vez, las funciones aplicadas y los ceremoniales de la “peregrinación” australiana, o el aualuma y el aumanga de los poblados somoanos, donde los adolescentes están formalmente integrados a la estructura política del poblado). Nuestras escuelas, al mantener a los adolescentes en un estado dependiente durante largo tiempo, difícilmente pueden constituir una preparación adecuada para la vida independiente y asertiva que nuestra cultura ha idealizado.”



5. Cuando los indígenas del Cauca muestran sus documentales y dicen: “a nosotros no nos interesan las estéticas del hombre blanco sino decir las cosas como las vemos”. Uno queda con la pregunta sobre la forma: ¿la cuestión está en arrancar emociones y aplausos o generar reflexión para la construcción de una sociedad multicultural? El asunto es que al decir “no nos interesan sus estéticas dominantes”, estamos cerrando puertas a la comunicación. Sea cual sea el camino, tendremos que encontrarnos desde las estéticas.

6. Las experiencias locales y nacionales funcionan solo como referente a tener en cuenta. El primer ejercicio que estaba dirigido a especialistas en comunicación y educación de varios países deja claro que el contexto allá es bien diferente y que los conflictos no se parecen por más que tengan los mismos componentes: horror, destrucción, muerte, desarraigo, violación de los derechos fundamentales, inequidad, raíces históricas complejas. Según las cifras que se dieron en la mesa en Afganistán hay 2 millones de niños sin educación y la guerra es total. Pero también queda claro que los encuentros se van por lo similar: la creatividad, la alegría, las formas de comunicación, eso que de alguna forma resume Eduardo Galeano: "Son cosas chiquitas. No acaban con la pobreza, pero quizás desencadenen la alegría de hacer, y la traduzcan en actos. Y al fin y al cabo, actuar sobre la realidad y cambiarla, aunque sea un poquito, es la única manera de probar que la realidad es transformable".



7. Me llamó la atención lo que dijo Benjamin Ferrón (Francia) en una de las mesas: “Cada conflicto es el fruto de una interpretación”. En otro momento desarrollaré este tema basándome en una conversación que tuve con él durante el evento y unos apuntes míos sobre la guerra en Ruanda.

8. Esto lo dijo Alirio González: “La guerra es un desconocimiento de lo cotidiano” También hablé con él sobre esto. Sus ideas, con entrevista, la incorporé desde el año pasado en un libro que estoy escribiendo sobre el tema.

9. Esto que dijo Clemencia Rodríguez, quien fue relatora de mesa y la mujer que nos invitó desde el Departamento de Comunicaciones de la Universidad de Oklahoma: “Aquí no va a pasar nada que no hagamos nosotros”, refiriéndose a lo que es OUR MEDIA, pero un poco más allá a la responsabilidad nuestra como educadores y comunicadores. Como ciudadanos.

10. Esto que dijo Amparo Cadavid: “Los proyectos comunicativos comunitarios y escolares no apuntan necesariamente a la formación de comunicadores”.

Benjamin Casadiego es responsable pedagógico del proyecto CISP-OIM en Norte de Santander.
Fotografías: taller en Tibú con los niños del Colegio Camilo Torres.

domingo, 2 de agosto de 2009

El hombre que hacía obituarios

Para Alirio y Natalia: sus imágenes, su alegría

- Aquél es, mírelo bien– me dijo el joven editor cultural del periódico.

Llevaba rato señalando hacia un costado del restaurante. Al final de esa extensión invisible de su dedo reposaba un hombre delgado de aspecto eternamente joven: cabello rizado, ojos cansados y gesto vivo. Bebía una cerveza Águila a pico de botella. Miré de nuevo el dedo señalador de Jose y relativicé su impertinencia. Jose es la nueva adquisición del periódico y sus críticas despiertan odio y amor dentro de un amplio grupo de artistas. Esas imbecilidades venden. De esas imbecilidades vivimos en el medio.

- Lo voy a entrevistar tan pronto acaben de desfilar ese grupo de aspirantes.
- ¿Qué hace el tipo?
- ¿No lo sabe, don Michín? Eh, eh…

¿Qué se comió este pendejo hoy? Esa arrogancia prefiero pasarla de lado como el olor del camión de la basura cuando pasa: necesario, pero de lejos. Hediondos.

- Hombre don Michín, ese es Alirio el director de cine que está destrozando los gastados esquemas del cine mundial.
- ¡Tantos directores que se pasan por aquí! Y ahora me viene a restregar a este recién aparecido.
- Es que éste… - Jose tartamudeó patético- …es-el-que-hace-cine en tiempo real, como el abreviado arte de chatear. Precisamente allí está haciendo el casting para las historias, don Michín.

Y dale con don Michín, qué irrespeto viniendo de alguien que ni siquiera tiene en su nombre la respetable tilde en la e. Pero si por lo menos este petimetre fuera original. Hombre, si en el periódico todos los colegas sabemos de qué diario extranjero copió su pegajosa columna: “Cultura y nación del Yo”.

- Precisamente esta noche estrena su última película –dijo Jose-. Nadie sabe su nombre, nadie sabe la trama. ¡Es una sorpresa en vivo! Como un chat, sin guión pero con texto escrito en el instante. Y olvidado en el instante. ¿Para qué más?

Una venerable dama de origen asiático llegó danzando discretamente hacia donde estaba Alirio. Desde la entrada venía desplegando la danza más dulce y simple que estos ojos hayan visto jamás. Lucía un vestido floreado pero discreto y dijo en un hermosísimo inglés: “Animate and inanimate world, the cosmos including ancestors.”

Pensé en mi mamá, en los ancestros, en la belleza de lo simple, en lo auténtico. ¡Cómo hubiera querido abrazarla en esos momentos! ¡Qué distancia tan cercana tendría la soledad!

- A propósito don Michín, hace rato que no leo sus obituarios…
- ¿No?

Yo bebía una taza de café, miraba la señora que ahora se levantaba en su suave danza y se iba evadiendo mesas en su paz espiritual, afuera estaba la oscuridad que lentamente había llegado al restaurante.

- No, hace rato no lo leo.
- ¿Eres lector de mis obituarios? Vaya…




Un rato después había llegado a la mesa de Alirio una mujer de pelo rubio. Sacó un cigarrillo de su cajetilla de Gitanes. Lo miró fijamente y dijo: “Comenzamos a subir la montaña a las dos de la mañana, había una especie de escalones que a través de los años, dos mil años diga usted, se habían hecho resbaladizos de tanto uso, lo que dificultaba el ascenso. Todo ocurría en silencio, apenas escuchábamos nuestros jadeos, tres horas después llegamos a la cima: el amanecer rompía en el infinito paisaje que teníamos a nuestros pies, los colores espléndidos, el sol sin aparecer pero allí, oculto como un actor largamente esperado, la península del Sinaí al fondo, nuestro silencio reverencial, sobrecogido. Entonces…” El humo azuloso, la cajetilla blanca y dorada, la expresión emocionada, silenciosa de ella mirándolo a él, la cerveza de ella, la barbilla descansando sobre la mano, los ojos cansados de él, los ojos claros, vivos de ella viendo en ese momento la península del Sinaí desde el monte donde Moisés… “Entonces alguien tomó una foto y el ruido del clic retumbó a lo largo de esa llanura”.

- Don Michin, a veces quisiera entrevistarlo a usted para mi página cultural, ¿se le apunta?
- ¿Y qué preguntarías periodista imberbe?
- Le preguntaría algo que todos sus lectores quisieran preguntarle pero no lo hacen por físico miedo.

La mujer se fue con una sonrisa intensa entre la esperanza y la tristeza infinita, una sonrisa por momentos ajada con las luces del restaurante, una sonrisa que se fue haciendo intensa pero sin matices a medida que fue entrando en los límites de la oscuridad de esa centenaria hacienda colonial donde la esperaban un grupo de amigos que celebraban. El mesero, un hombre corpulento, con los ojos caídos de buey triste, se acercó a la mesa de Alirio con otra Águila.

Al rato llegó a su mesa un hombre bajito, corpulento, barrigón, tez morena y de moño tejido de canas rudas. Se sentó frente a Alirio. Abrió el computador y dijo: “Verá usted, en el pueblo de Papantla se celebra anualmente el ritual de los voladores de Papantla, donde 4 personas amarradas a una larga viga dan, cada uno de ellos, un total de trece vueltas que multiplicado por cuatro suma 52 lo que nos remite al número de años del calendario ritual azteca. En el extremo de la viga hay un hombre tocando una flauta que se contorsiona sin perder el equilibrio, lo que sería fatal a una altura de, diga usted, un edificio de tres pisos. Los hombres voladores se llaman Quetzales y yo, mientras admiraba el espectáculo, me dediqué a beber Yolixpa, una fuerte bebida de origen nahua, hecha a base de flores y matas medicinales destiladas por años. No es que uno se emborrache como con el Whisky, la sensación es otra, ¿sabe?, uno siente que el corazón se abre a la vida, de hecho no es casual pues Yolixpa quiere decir en lengua nahual, abre tu corazón. Cada cosa tiene su contexto y su coherencia: el tronco se corta en un ritual de purificación que dura varias noches. Pues bien, yo con varios Yolixpas encima me dediqué a tomar fotos de ese soberbio espectáculo que estaban ofreciendo esos grandiosos quetzales. El cielo era de un azul intenso y el sol bajaba sin golpearnos. Todo era una armonía perfecta, una emoción que uno desea en la vida y en la muerte. Y el asunto quedó allí, en la tarde me monté en un bus escalera y lentamente llegué hasta mi pueblo, a mi casa. Pero vea usted que las cosas no llegan hasta donde uno cree que ha cerrado algo en una anécdota. Un día mi mujer hurgando en el computador encontró las fotos y descubrió unas formas alargadas, como capsulitas blancas que resaltaban sobre el limpio azul del cielo. Mi mujer, intrigada, amplió y amplió la imagen hasta que todo quedó claro: eran ovnis. Varios, estaban observando el ritual. Mírelos, aquí están.”

- ¿Qué sería eso joven imb?
- Le preguntaría.

El hombre se puso al lado de Alirio para mostrarle las fotos en el computador: señalaba la pantalla y miraba a su interlocutor. Luego, cuando el tiempo de hablar y señalar llegó a su límite, cerró el portátil y salió.

- Le preguntaría, no sé.



Un rato después, otro hombre calvo, largo y con suaves vestimentas se acercó a la mesa y dijo con voz clara y pausada: “Yo nací en un pueblo que ahora yace bajo las aguas de un lago. A veces imagino las calles, mi casa, el patio, la escuela, la iglesia, las huertas debajo de agua cruzada por peces, todo allí en perpetua ondulación y reflejo de colores. Al principio soñaba con algunas esquinas, calles, montañas y huertas donde transcurrió mi infancia, la ventana donde vi mi primer amor, la habitación aquella. Después supe que no era yo solo el que soñaba sino todo el pueblo a la orilla del otro pueblo sumergido el que soñaba el pueblo, como se sueña con un amante perdido. A veces me pregunto si estoy viviendo en el pueblo de la orilla o si estoy viviendo en el pueblo sumergido que sueña con hombres y mujeres que lloran la memoria perdida solo porque el país necesitaba energía eléctrica para las fábricas”. Dijo eso y salió sin más palabras, sin despedidas como un monje tibetano, largo, ascético, bello. Alirio había quedado solo.

- ¿Qué me preguntarías joven imb?
- Le preguntaría: ¿Por qué las personas mueren justo el día en que sale el obituario que usted redacta con certera, florida y lacrimógena pluma?
- Le faltó decir aplaudida, joven imb. Pero le respondo a su pobre inquisición: porque todos tenemos que morir, la palabra, el verbo, el logos antecede la acción.

Me turbé con mi respuesta. Me turbé porque pensé en mi muerte: Yo también tendré que morir algún día.

- ¿Quién será el próximo muerto?
- Usted no lo será, eso téngalo por seguro. No me mancharía las manos de tinta con su miserable muerte. Y por favor déjeme a solas.
- ¿Se dedicará a pensar en su próximo obituario?
- Tal vez sí o tal vez no, la vida es larga.
- Discúlpeme si lo ofendí -dijo el joven imb con cara de banal arrepentimiento-, no haga caso de todo lo que dije, de mi impertinencia, de mi arrogancia, somos colegas y eso es lo que vale.

Fue hacia la mesa de Alirio al tiempo que llegaba el mesero de mirada degollada y cuello grueso embutido en un traje de corte con otra Águila, seguido de una muchacha bajita que dejaba en la mesa un plato con lomo de cerdo en salsa agridulce con pimentón, pepino y cebolla. Alirio hizo a un lado la cerveza y la emprendió de manera limpia y concentrada con el plato, y al final, cuando estaba a punto de agarrar la servilleta, me miró por primera vez y apartó con la mano a Jose y su grabadora digital. Entonces él y yo quedamos solos en el recinto, afuera la noche era plena. La mesera acabó de recoger los platos, en los pasillos y patios internos se escuchaba música y carcajadas. Alirio bebía su Águila y me miraba, me construía en su mente, buscaba en su imaginario el origen de ese interés súbito por mi presencia allí. De pronto hizo un encuadre entre sus dedos pulgar e índice, realizó un paneo que recorrió lentamente el restaurante, las ventanas con los gajos de mango matasanos hundidos en la oscuridad, los arreglos florales multicolores, las cinco mesas de frente, las dos del medio, la barra y terminó suavemente en mi mirada que lo miraba a él.

Cuando el paneo terminó en lo que, supongo, era un plano cerrado de mi rostro, sentí un resquebrajamiento mezclado con un sonido gelatinoso que recorrió todo mi cuerpo.




Me levanté de mi mesa y salí con ganas de vomitar, de votar ese yo que no era yo, pasé por las mesas abarrotadas de contertulios bulliciosos que celebraban la noche en varios idiomas, pasé por el jardín de las azaleas, crucé el patio de piedras y ladrillos, me adentré en salones con pianos y muebles del siglo XIX, crucé una pared adornada con originales a lápiz de Rendón, el que diseñó el indio de Cigarrillos Pielroja, crucé el zaguán y salí al descampado, al patio de grava, busque la fuente, intenté vomitar y expulsé solo gesto y palabras, a mi espalda sentía la mirada, los dedos encuadrados de Alirio que enfocaban mi vómito imposible, caí al suelo, arriba el cielo era azul oscuro incendiado de estrellas, un avión lejano pasó dejando una estela de luz, me incorporé, caminé hacia los pabellones donde estaban las habitaciones de la hacienda hotel, atravesé la oscuridad, pase por una pequeña sala, subí los escalones de madera sin dejar se sentir que me enfocaban en un travelling y en plano continuo desde que estábamos en el restaurante. Ese es el nuevo cine, me dije con rabia, efímero como el tiempo y la vida. Logré abrir la puerta luego de varios giros erráticos a izquierda y derecha y entré dándole una patada a la puerta para cerrarla.

En mi cama estaba el computador, todo era cuestión de segundos, todo dependía del tiempo en que el computador se iniciara y yo pudiera comenzar a escribir el obituario de Alirio que enviaría por internet al periódico. Al fin tenía ante mi la infinita página blanca de Word y comencé a escribir: “Una estrella en el firmamento. Sentido y emotivo. Así se podrá recordar al hombre que transformó nuestra idea del cine, el artista legendario. Fuentes de su familia dijeron que sufría de un problema de…”

No escuché cuando la puerta se abrió, lo sentí tras la puerta cancel, afuera los vidrios estaban empañados por el rocío del amanecer, jamás pensé que instantes antes de mi muerte fuera a fijarme en ese detalle.

- Antes fue hoy que mañana –dijo Alirio apuntándome con su encuadre digital- Uno no se muere la víspera, pero hoy con vos ya se acabó, no pudiste terminar tu último obituario.

Estábamos frente a frente, hacia rato que yo no hacía un obituario y él había encontrado el motivo de su película imposible: “El hombre que hacía obituarios”. Para terminar mi obra solo faltaba poner el nombre del muerto. Sentí, sin horror, como mi imagen se iba oscureciendo en un fundido imaginado por el mismo Alirio, descubrí mi historia en un descenso en ascensor. Me vi al interior de una mina, tal vez, o del infierno en versión libre, la sensación era como la de estar en un huevo gigante, rodeado de sal por todas partes, 40 kilómetros de corredores. Túneles oscuros que desembocan en galerías inmensas convertidas en salas de cine, espacios naturales en la penumbra. Una pantalla por aquí, una caja de luz por allá, un letrero Timeless Territories (Territorios Eternos), escuché los aplausos del público desde la ventana de mi ascensor que era la pantalla blanca oscureciéndose en el infinito, en eso en lo que me había convertido quizás hacía unos pocos segundos o tal vez hacía horas, porque los tiempos del cine son diferentes al de la muerte y así duré hasta que todo se oscureció a mi alrededor, incluyéndome yo mismo, convertido en haz de pixeles. En el fondo seguía escuchando los aplausos; imaginé la salida triunfal de Alirio al escenario con los brazos en alto. Esa hubiera sido una muerte hermosa con un bello obituario: el hombre que murió en la plenitud de su obra.

- El sol es nuestro enemigo –escuché que dijo Alirio al público-. No me gusta la luz a la altura de los ojos, no me gusta la luz cenital. Sigo mi gramática de luz y eso es muy difícil que cambie. Me gusta que la mentira parezca verdad.

Por supuesto que imaginé a Jose buscando sus palabras para la redacción de su fútil columna. No tuve envidia de la gente que celebraba la película. Solo sentí rabia de que la oscuridad del último fundido en negro no me hubiera dejado ver las estrellas que seguramente brillaban tras la ventana de mi cuarto. Alguien se rio, pero luego se arrepintió de haberse reído. Pensé que quedaban pocos refugios donde reinara tanta tranquilidad... Este era uno de ellos: ya no se escuchaban los aplausos.

Benjamin Casadiego © 2009


sábado, 18 de julio de 2009

Un encuentro con John Malkovich


Ella apareció hoy a mi mesa mientras me tomaba un café. Apareció volando, como suelen llegar los papeles. Eso no es una buena señal, me dije escrutando el cielo enrojecido del final de la tarde.

- ¿Será que me puedes invitar a un café? –hablaba con voz miserablemente dulzona.

Silencio de mi parte, miré hacia donde la tarde se volvía rosada sobre los balcones blancos manchados de amarillo, verde y gris. Ella seguía mirándome y cuando el mesero llegó con mi pedido ella ordenó el suyo con prolijidad y parsimonia, preguntando y volviendo a preguntar, revisando, mirando y volviendo a mirar. La miré con disgusto a sus ojos blancos y entendí las desdichas de los asesinos en serie: un latido que llama a la tragedia, una sombra que nunca se va pero que nunca está. También, no sé por qué, pensé en los políticos solitarios en su cuarto de hotel, desnudos mirándose al espejo luego de un discurso aplaudido (detrás de la puerta dos guardaespaldas adormilados). Sueño a menudo con políticos, lo confieso.

Ella me miraba de reojo, mientras yo bebía el café tratando de concentrarme en otro tema: en esa pareja de ancianos chinos que tomaban fotos en la plaza llena de gaviotas, o en los niños que se tropezaban contra el hipopótamo de esponja y rebotaban como un caucho. Miraba por perder el tiempo pues mi labor de estar solo había sido interrumpida. El mesero le trajo un capuchino con galleticas de chocolate.

- Gracias –dijo dejando caer en mi cuerpo sus ojos blancos manchados de tinta, hundiendo las galleticas en la espuma parda.

Hice un gesto displicente con las manos, como diciendo: adelante, adelante. ¡Adelante!

- Antes era equilibrista –dijo mirándome desde la taza.
- Vaya, eso sí que es bueno – dije sin mirarla.
- ¿Qué?
- El oficio de arribista…
- Ah, ya–respondió con una sonrisa perezosa-: es casi lo mismo Estaba arriba…

¿Cara de qué tenía yo para que me pasaran todas estas cosas?

- ¿Cuál es su explicación? – escuché que decía alguien cercano a mi mesa.
- No sé – dijo el otro -. Si matas gente, las mujeres te escriben cartas, quieren casarse contigo. Quizás las mujeres piensan que pueden cambiar a los asesinos, que los pueden salvar. Les gustan los hombres amenazantes. Conozco varias mujeres que se divorciaron porque sus esposos eran demasiado buenos, amables. Me parece raro. No tengo respuesta.

En la mesa vecina, dos hombres de mediana edad conversaban. No se miraban cuando hablaban, ambos estaban con las piernas estiradas hacia el paisaje de afuera, estaban terminando una comida. Uno de ellos va desocupando lentamente una botella de vino, saca un cigarrillo de una cajetilla que deja sobre la mesa. Fuma, llenando con humo los largos intervalos de silencio. Afuera se veían las avenidas, los feos edificios blancos manchados de gris del puerto, la pantalla gigante que anunciaba un concierto de Lou Reed para septiembre. Un tambor africano, un corno inglés. Las preguntas, los leves intervalos, las precisas respuestas, los bloques sintagmáticos girando unos sobre otros como volutas, la sirena de alguna ambulancia y del tren que pasa conectando párrafos, las campanas de la catedral, el sonido de un avión, los tonos que ascienden sobre las palabras, voces apagadas de gente afuera entre carillones y efímeras gotas de lluvia; el tiempo del discurso, el tiempo que nos arrasa sobre largas oraciones. Los gestos en cámara lenta, las bocas de ellos, los labios delgados del fumador, las mejillas rojas del otro que pregunta sin mirar. Cuatro pianistas japonesas interpretaban el Canto Ostinato de Simeon Ten en la calle. Ella y yo miramos a los comensales, ella me vuelve a mirar inexpresiva. El tiempo adecuado, propicio para estar en esta tarde y el tiempo que indica que ya el día acabó y que, al igual que muchos días pasados, volveremos a algún hueco, algún refugio que un día preciso el tiempo nos quitará de un zarpazo. Yo sigo pendiente de lo que ellos dicen. Ella retoma la palabra sobre las otras voces que se escuchan en otro plano ahora.

- Antes fui malabarista.

Antes era malabarista. Recordé. La suerte me puso en el camino esta vieja historia que tanto mal causó a mi profesión, pienso en ella que me mira. Supongo que hace años leyeron en este mismo papel lo de la malabarista.

- Ser malabarista es estar un poco más arriba. Yo iba al nivel del piso, pero me sentía arriba, eso es ser malabarista.

Antes fue malabarista. Atravesaba las calles de una ciudad larga y angosta. Una vez no volvió a hacer malabares. En la soledad de su cuarto escribió. Escribió hasta quedar hecha tinta en el papel. La brisa alguna vez entró en su cuarto y se llevó el papel con las palabras. Se la llevó. Ella voló y luego se arrastró, parecía huir, algunas veces parecía estar ciertamente buscando algo. Pero más parecía huir, en su huida fue dejando trazos de sí misma y con esas trazas se iban perdiendo las palabras.

Ella era un papel, un papel escrito, luego no fue papel pero tal vez fue palabra.

Eso lo escribí hace unos años y mis lectores creyeron que se trataba de la otoñal inspiración poética de un periodista sin ideas serias para continuar con su rutina. El canto del cisne del periodista y el nacimiento de un poeta mediocre. Lo confieso: perdí lectores durante esa semana, recuerdo que maldecía leyendo las Cartas al Lector donde se mofaban de mí y de mi objetividad envejecida, rancia. Nunca pude demostrar que todo eso era cierto, tampoco podía hacerlo. ¿Qué elementos probatorios podía esgrimir? Ahora tenía la prueba reina ante mis fans pero igual, de nada iba a servir: demasiado poético para ser cierto.

De súbito supe que nada valía la pena esa tarde donde John Malkovich se terminaba la botella de vino, sacaba otro cigarrillo de su cajetilla roja y blanca de Lucky Strike y miraba abstraído hacia el puerto, nada valía la pena. El viento sopló, por supuesto como suele soplar en este puerto que ha sentido la suela de mis zapatos por más de 50 años buscando noticias. El viento se llevó el papel que voló sin un quejido, luego me llevó a mí, que volé cerca de Malkovich, dejé el restaurante, atravesé la plaza, rodeé la imponente estatua ecuestre del fundador escurrida con cagadas de pájaros, me adentré por callejones, sobrevolé el aire de los viejos cafés del puerto con ventiladores de aspas y clientes taciturnos, las oficinas de abogados ocultas en angostos pasadizos de inquilinatos, evadí las añosas librerías del centro donde los libreros mueren conversando de libros que ya nadie lee; estuve a punto de caer en manos de un niño regordete que iba agarrado a la falda de su mamá, me escurrí por una ventana azul donde una muchacha se peinaba mirando la ciudad, aspiré el olor primitivo de su cuerpo, pasé hacia el patio evitando su manotazo, disfruté el olor de los limones y los mangos, ascendí por los cielos, encontré el laberinto de la ciudad blanca manchada de gris, verde y amarillo, los diminutos puntos humanos que se movían, me dejé envolver por un remolino que me llevó hasta los solitarios y abandonados baños de la playa donde los vagabundos estiraban su borrachera, pensé en mi final con ellos, pero de nuevo el viento me arrastró por las calles, los andenes, las cloacas abiertas, las enormes y rigurosas puertas de madera hasta desembocar de nuevo en la plaza donde estaba la estatua ecuestre del fundador, divisé el café y presentí mi tragedia sin que ningún viento pudiera evitarla.

Fui a dar de bruces donde ella estaba sentada.

Agarró el papel descuidadamente y leyó. Luego me tiró al cesto de la basura. Siempre supe que era una mala historia, todos mis lectores lo saben. Tenía buena puntería: caí en el borde del cubo y luego fui a dar al fondo. Eso se le abona, porque el cubo estaba lejos.

- Imagina que alguien te dice que los árboles delante de tu casa están enfermos –seguí escuchando que decían desde el fondo de mi cueva. Imaginé a Malkovich fumando mientras miraba el puerto anocheciendo y tuve nostalgia de esos ojos.

- El teatro me gusta porque es libre, porque es efímero como la vida – oí que dijo después de una larga bocanada y luego calló.

O tal vez yo dejé de escuchar. Olía a lluvia, tal vez afuera había comenzado a llover. Mala cosa para un papel.


Benjamin Casadiego © 2009

viernes, 17 de julio de 2009

Haruki Murakami: alguien tiene que hacerlo



Somebody’s Got to Do It

At the Haruki Murakami interview, there was a faint sense of siege. Tickets had sold out in eleven minutes. Up in the nosebleeds, people were pleading with an usher to let them sit on the stairs. (She was firm: “It’s against the law.”) On stage, the writer belied his rock-star reputation, glancing shyly at his feet. He began by telling the story of a jazzman who, when accused of playing “just like Charlie Parker,” handed his saxophone to his critic and said, “Here—you try playing like Charlie Parker.” He said that we should draw three conclusions from this:

1. Criticizing somebody is fun and easy.
2. Meanwhile, creating something original is very hard.
3. But somebody’s got to do it.

He went on to reveal his writing secrets:

On inspiration: “I became a writer all of a sudden. I don’t know why.”
On the three essentials to literature: “Reason. Harmony. Free improvisation.”
On momentum: “I wanted to turn the pages, but there were no pages—I had to write them. I don’t know what’s going to happen next, so I write it. And then I don’t know what’s going to happen next, so I write it.”

On happiness: “If the protagonist is happy, there’s no story at all.”
On the toughness required to be a writer: “You have to be Rocky.”
On writing in general: “It’s fun.”

Rapid Motion Through Space Elates One

In our Summer Fiction Issue, the Japanese writer Haruki Murakami recalls the moment he decided to try writing a novel (1:30 P.M., April 1, 1978, in the middle of a baseball game) and how, once he exchanged the active life of a jazz-club impressario for the more sedentary practice of writing at a desk all day, he turned to long-distance running for exercise. Since then, he has competed in twenty-six marathons. Writers who run—or who at least appreciate the concept —are perhaps not rare, but literary writing about running is. (William Goldman’s “Marathon Man” doesn’t really count.)

In the magazine, Murakami declares, “When I began my life as a runner. . .it was my belated, but real, starting point as a novelist.” Earlier this year, in an interview in Der Spiegel, Murakami directly linked his marathon training to his creative process:
Der Spiegel: Are you a better writer because you run?

Murakami: Definitely. The stronger my muscles got, the clearer my mind became. I am convinced that artists who lead an unhealthy life burn out more quickly. Jimi Hendrix, Jim Morrison, Janis Joplin were the heroes of my youth— all of them died young, even though they didn’t deserve to. Only geniuses like Mozart or Pushkin deserve an early death. Jimi Hendrix was good, but not so smart because he took drugs. Working artistically is unhealthy; an artist should lead a healthy life to make up for it. Finding a story is a dangerous thing for an author; running helps me to avert that danger.

The New Yorker © 2009


Fotografía de Murakami: Libardo Benavides © 2009

sábado, 11 de julio de 2009

Anne Michaels


FLORES

Hay otra piel dentro de mi piel
que se ajusta a tu tacto como un lago a la luz;
que desliza su memoria, su lenguaje perdido
dentro de tu lengua,
borrándome para hacerme de nuevo.

Justo cuando el cuerpo cree saber
los caminos para conocerse a sí mismo,
esta segunda piel sigue buscando sus respuestas.

En la calle - las sillas de los cafés abandonadas
en las terrazas, los puestos del mercado vaciados
de su viva luz,
aunque el pavimento todavía respire
uvas y melocotones -
como la luz de todo lo que crece
en la tierra recién removida,
cada partícula de mí se ajusta a tu tacto,
el viento envolviéndonos las piernas en mi vestido,
tu camisa deshaciéndose en flores por mis manos.

FLOWERS

There's another skin inside my skin
that gathers to your touch, a lake to the light;
that looses its memory, its lost language
into your tongue,
erasing me into newness.

Just when the body thinks it knows
the ways of knowing itself,
this second skin continues to answer.

In the street - café chairs abandoned
on terraces; market stalls emptied
of their solid light,
though pavement still breathes
summer grapes and peaches.
Like the light of anything that grows
from this newly-turned earth,
every tip of me gathers under your touch,
wind wrapping my dress around our legs,
your shirt twisting to flowers in my fists.

The Weight of Oranges/Miner's Pond (Toronto: McClelland & Stewart, 1997).

domingo, 5 de julio de 2009

Diálogos sobre Dios y el Diablo


Diálogos sobre Dios y el Diablo

Las escuelas vacías son perturbadoras. Durante las vacaciones escolares puede ocurrir cualquier cosa en su interior. Si quieren un consejo lo digo sin tapujos: mejor no entren. Puede llegar a ser la más prudente de las decisiones.

Tengo razones para decirlo: soy un investigador juicioso de los tiempos y los espacios escolares pero, como mal cristiano, he cometido errores. Una tarde de estas cometí la imprudencia de adentrarme en una escuela en plenas vacaciones de mitad de año. El vacío del patio se sentía como una prolongación cuadriculada del cosmos, el viento hacía golpear las puertas con un eco profundo, voces huecas reptaban por los salones desiertos, los tableros dejaban ver las sombras pálidas, ocultas, de lo que algún día, en tiempo de clase, fue la geometría, la matemática y la gramática: se adivinaba una pugna interna por tratar de reacomodar sus fórmulas maltratadas, gritadas, injuriadas, transformadas y calumniadas por miles de niños y profesores.

Bajo la sombra del mango un pequeño, sentado en el piso, acomodaba las fichas de un dominó. No demostraba más de 6 años y, con un gesto admonitorio, me invitó a jugar con él. Tenía la expresión vital y aguda de una lagartija. Acomodó el juego y contó. Me dijo: 5 para usted, pero me entregó 15, y apartó 15 para él, pero contó 30. En silencio comenzamos la partida.

- El que tenga la ficha más alta inicia -dije yo inútilmente pues el pequeño inocente ya había puesto sobre la mesa el doble uno.

De suerte encontré un 6-1 y puse el uno al lado del uno.

- No - me corrigió a tiempo-, el 6 va con el 1. ¿Usted no sabe jugar?

No alcancé a responderle su imprudencia pues en ese momento sopló la brisa de junio con toda la fuerza y tumbó las fichas que tanto trabajo nos había costado parar y organizar. El niño miró hacia el cielo, decepcionado.

- Dios es malo- dijo comenzando a acomodar otra vez las fichas.
- ¿Y eso por qué?- le pregunté enderezando las mías.
- ¿No ve cómo tumbó todas las fichas?
- Tenía pensado que otro era el malo.
- Quién.
- El diablo…
- No, el diablo no puede ser malo.
- ¿Por qué?
- Porque él vive debajo de la tierra. ¿Cómo va a poder soplar debajo de la tierra?
- Ya veo.
- En cambio Dios, mire como sopla, le da duro a las puertas, tumba las fichas… Sopla y sopla.

El viento de junio siguió soplando con esa fuerza que se traen los vientos cuando vienen de viajes largos, del Caribe, del lago de Maracaibo y se cruzan con las brisas del Catatumbo. En cualquier lugar de la ciudad calurosa ese viento era recibido como una bendición de Dios, en cualquier lugar menos en aquella escuela desolada, donde el viento estaba causando graves estragos: a duras penas nos las arreglábamos para enderezar las fichas que se caían una tras otra y el largo juego no podía comenzar. Dios es bueno, pensé disfrutando del frescor de la tarde, pero no me atreví a decirlo en voz alta: el niño me hubiera mirado como quien mira a un insensato.

-Dios es muy malo – dije al fin decepcionado, levantándome-; no nos dejó jugar.
-Eso ya lo sabía – dijo el niño sin mirarme, empeñado en juntar las fichas.

Salí de la escuela y llegué al centro de la ciudad cuando ya estaban cayendo las sombras. No quise ni imaginarme como sería esa escuela de noche, las voces que allí se escucharían, la eterna pugna entre Dios y el diablo que siempre escogen escuelas desoladas para debatir sus arcanos.

Benjamin Casadiego © 2009


Receta del arroz de dulce


Arroz de dulce

Ingredientes:

2 tazas de arroz
4 tazas de agua
½ taza de azúcar (más o menos)
1 caja de pasas Sun Maid
Canela al gusto
1 lechera de la grande
1 bolsa grande de leche

Preparación

Se lava el arroz, se coloca en 4 tazas de agua, se pone a cocinar en fuego alto y luego, cuando hierva y se haya mermado un poco el agua, se pone a fuego medio. En ese momento se agrega la media taza de azúcar. Cuando el arroz ablande y esté en pleno proceso de secado se vierte la leche poco a poco, revolviendo para que no se pegue hasta desocupar la bolsa de leche. Se agrega la canela, las pasas, la leche condensada y lo bajamos cuando la leche haya tomado una consistencia cremosa. Algunas veces no se le echa canela ni pasas. No pasa nada. Al servir se coloca encima queso costeño rayado.

Es un manjar. La tradición en Ocaña es prepararlo el domingo en la tarde para servirlo a las visitas que llegan. De todos los dulces, ese es mi preferido y lo hago de la manera como lo he expuesto, sin preocuparme por si van a llegar visitas o no. En estos tiempos donde todo es dietético, desde los licores hasta el pan (por ahí vi pan Bimbo Diet), vale la pena saborear algo con el sabor genuino de la buena vida, cuando la gente moría de vieja.




El etnógrado



EL ETNÓGRAFO

Jorge Luis Borges


El caso me lo refirieron en Texas, pero había acontecido en otro estado. Cuenta con un solo protagonista, salvo que en toda historia los protagonistas son miles, visibles e invisibles, vivos y muertos. Se llamaba, creo Fred Murdock. Era alto a la manera americana, ni rubio ni moreno, de perfil de hacha, de muy pocas palabras. Nada singular había en él, ni siquiera esa fingida singularidad que es propia de los jóvenes. Naturalmente respetuoso, no descreía de los libros ni de quienes escriben los libros. Era suya esa edad en que el hombre no sabe aún quién es y está listo a entregarse a lo que le propone el azar; la mística del persa o el desconocido origen del húngaro, las aventuras de la guerra o el álgebra, el puritanismo o la orgía. En la universidad le aconsejaron el estudio de las lenguas indígenas. Hay ritos esotéricos que perduran en ciertas tribus del oeste; su profesor, un hombre entrado en años, le propuso que hiciera su habitación en una reserva, que observara los ritos y que descubriera el secreto que los brujos revelan al iniciado. A su vuelta, redactaría una tesis que las autoridades del instituto darían a la imprenta.

Murdock aceptó con alacridad. Uno de sus mayores había muerto en las guerras de la frontera; esa antigua discordia de sus estirpes era un vínculo ahora. Previó, sin duda, las dificultades que lo aguardaban; tenía que lograr que los hombres rojos lo aceptaran como uno de los suyos. Emprendió la larga aventura. Más de dos años habitó en la pradera, entre muros de adobe o a la intemperie. Se levantaba antes del alba, se acostaba al anochecer, llegó a soñar en un idioma que no era el de sus padres. Acostumbró su paladar a sabores ásperos, se cubrió con ropas extrañas, olvidó los amigos y la ciudad, llegó a pensar de una manera que su lógica rechazaba. Durante los primeros meses de aprendizaje tomaba notas sigilosas, que rompería después, acaso para no despertar la suspicacia de los otros, acaso por que ya no las precisaba. Al término de un plazo prefijado por ciertos ejercicios, de índole moral y de índole física, el sacerdote le ordenó que fuera recordado sus sueños y que se los confiara al clarear el día. Comprobó que en las noches de luna llena soñaba con bisontes. Confió estos sueños repetidos a su maestro; éste acabó por revelarle su doctrina secreta. Una mañana, sin haberse despedido de nadie, Murdock se fue.

En la ciudad sintió la nostalgia de aquellas tardes iniciales de la pradera en que había sentido, hace tiempo, la nostalgia de la ciudad. Se encaminó al despacho del profesor y le dijo que sabía el secreto y que había resuelto no revelarlo.

-¿Lo ata su juramento? – preguntó el otro.
-No es esa mi razón –dijo Murdock – En esas lejanías aprendí algo que no puedo decir.
-Acaso el idioma inglés es insuficiente – observaría el otro.
-Nada de eso, señor. Ahora que poseo el secreto, podría enunciarlo de cien modos distintos y aun contradictorios. No sé muy bien cómo decirle que el secreto es precioso y que ahora la ciencia, nuestra ciencia, me parece una mera frivolidad.

Agregó al cabo de una pausa:
-El secreto por lo demás, no vale lo que valen los caminos que me condujeron a él. Esos caminos hay que andarlos.

El profesor le dijo con frialdad:
-Comunicaré su decisión al Consejo. ¿Usted piensa vivir entre los indios?.
Murdock le contestó:
-No. Tal vez no vuelva a la pradera. Lo que me enseñaron sus hombres vale para cualquier lugar y para cualquier circunstancia.

Tal fue en esencia el diálogo.
Fred se casó, se divorció y es ahora uno de los bibliotecarios de Yale.

...

(enviado a la lista de Raíces por el poeta José Ropero)

martes, 23 de junio de 2009

Días sin clase



Días sin clase: para pensar las rutas de regreso a la escuela

Benjamin Casadiego
Responsable pedagógico proyecto CISP-OIM en Norte de Santander


En la biblioteca del Centro de Convivencia ciudadana de Tibú me encontré con “Los niños terribles”, un libro de memorias de infancia que escribió Jean Cocteau en 1929. En él narra su vida escolar en París. La trama de la historia se abre desde el momento en que un muchacho, Dargelos, le tira una bola de nieve en la cabeza a su compañero Paul. Hay sangre en el rostro del niño y un hilo rojo se escurre hacia los adoquines. Un profesor al ver la escena corre de inmediato con el herido a la enfermería, mientras otro se va con el infractor a la Rectoría. El joven agresor dice que solo le tiró una bola de nieve, pero un niño que ha sido testigo hace una diferencia crucial: la bola de nieve llevaba una piedra adentro. Dargelos termina expulsado del colegio, no por la bola de nieve con la piedra sino porque, días después, le esparció pimienta en los ojos a un profesor. Cuando Paul, el agredido, se entera en medio de su convalecencia de que Dargelos ha sido expulsado de la escuela, siente que se ha ido el único motivo por el que le gustaba ir a clases.[i]

Uno suelta el libro y se pregunta abstraído: ¿qué anima a un niño a asistir a clases?

En una reunión con profesores en Tibú, estos contaban que muchos niños llegaba a clase buscando el amor que en casa no recibían de sus padres. Ese amor y otras cosas más buscan todos los niños en las escuelas: ellos sienten que van a participar de una experiencia educativa en un ambiente complejo, es decir vivo y rico, de lo contrario la escuela no funcionaría como tal sino como “jaula”, que es como se refieren en el libro de Cocteau a las aulas de clase. Lo curricular puede ser visto por los niños como la condición que deben saldar para acceder a ese otro espacio oculto de la camaradería, el intercambio social, la invención, los juegos, las complicidades, el ascenso o descenso en la vida pública. Allí está inscrito el aprendizaje, por eso no se puede desligar el aprender de los intereses claros de los niños, de la vida que están llevando y esperan llevar.

Sin embargo, para que un niño llegue a su escuela debe haber una ruta pensada como proyecto educativo al interior de una familia. Ese proyecto se construye a partir de necesidades de inclusión social y vida digna. Con esto claro, la familia hace que la ruta diaria no tenga pierde: el baño, el desayuno, el uniforme lavado y planchado, los zapatos, el maletín, los cuadernos, las tareas. Esa es la ruta que la familia como institución se encarga de validar día a día desde hace tal vez un siglo. La familia por lo general no discute o evalúa con los niños el placer o no de estar en el colegio: los niños tienen el deber de estudiar, comenzado porque no podrían dejarlos con nadie en casa.

En segundo lugar está el interés del niño por afianzar esa cohesión social que significa estar dentro del espacio escolar: allí están sus camaradas, sus tesoros, sus revanchas y dolores, la vida social organizada, una vida casi invisible para los adultos, pero que allí va paralela a la vida “normal” de los grandes: intrigas, decepciones, amores, solidaridad, trabajo en equipo, mezquindades, violencia, pobreza, poder.

Esa es la vida normal. Ahora bien: qué ocurre cuando en la casa ven más práctico que el niño se quede haciendo los oficios domésticos, o que se vaya a trabajar con el papá en la mina o a raspar coca. O cuando todo es tan complicado que enviar al niño al colegio no hace parte de una rutina pues la escuela se ve como un proyecto a muy largo plazo donde no se ve nada inmediato.

Entonces allí el juego puede terminar para una comunidad y un país: cuando un niño no va a clases comienzan a ascender los indicadores de desprotección y vulnerabilidad. Es decir ese proyecto a largo plazo que es la educación queda truncado, lo mismo que ese roce del conocimiento en un espacio que hace parte de sus construcciones sociales que continuarán hasta la vida de adulto. Algo se desconecta en una red creada desde los aprendizajes compartidos, una red que exige poseer las claves para estar en ella. Lo marginal se vuelve más marginal, lo pobre se vuelve más pobre, la exclusión se abre como una flor venenosa.

¿Los azares de la exclusión?

El físico y matemático francés de fines de siglo XIX, Henri Poincaré, nos habla sobre el azar de esta manera: para que el azar ocurra se necesitan pequeños cambios: por ejemplo, para que la aguja de una ruleta se detenga en un color rojo o verde se necesita un impulso inicial leve o menos leve para que llegue a un punto determinado, rojo o verde; para que un ladrillo al caer golpee o no la cabeza de algún transeúnte se necesitan centésimas de segundo: una más y el ladrillo llega a la cabeza, otra centésima menos el ladrillo cae al piso sin herir al transeúnte. Pero esas cantidades mínimas que rigen al azar pueden tener consecuencias enormes, algunas veces devastadoras. “Siempre que estos dos mundos, generalmente extraños entre sí –escribe Poincaré-, reaccionan de esta manera el uno sobre el otro, las leyes de esta reacción han de ser muy complejas; por otra parte habría bastado un pequeño cambio en las condiciones iniciales de estos dos mundos para que la reacción no se hubiera producido”[ii]

Traigo este ejemplo para pensar en ese momento cuando el niño no llega más a clase. Dos mundos, esta vez reconocidos entre sí, se desencuentran de manera desafortunada para que ese azar se de: la casa sin proyecto de educación y la escuela sin espacios de atracción efectivos. Es una decisión inadvertida dentro de la vida azarosa de un barrio en la periferia de la ciudad, pero las consecuencias son devastadoras a largo plazo: para el niño y la sociedad. Debe pasar mucho tiempo para que nos demos cuenta a dónde llegan las cosas cuando la ruta de la escuela se pierde. Para todos significa más pobreza, para un país significa inequidad.[iii]

Los riesgos de no tener ruta para la escuela

¿Qué hace que un niño decida coger la ruta de las armas o los negocios ilícitos? La pobreza, podemos decir de inmediato, pero la respuesta no es completa. Un niño puede irse a las armas porque ve allí grupos donde se siente respetado, donde hay calor de amigos, camaradería o simplemente porque la familia lo entrega para desentenderse económicamente de él: al fin de cuentas allí va a tener comida y techo.[iv]

Otro indicador es el espacio que habita[v], pensando en el espacio físico no solo como expresión de las desigualdades y discriminaciones sociales, sino también porque contribuye a formar el “habitus” que condiciona la proximidad y lejanía de personas en el plano subjetivo, en el ámbito de las creencias, pensamientos, disposiciones y percepciones.[vi]

Es en ese espacio donde los seres humanos aprendemos por segunda vez a hablar para entrar al mundo, donde se puede acceder, según Bernstein, a los códigos elaborados que no dependen de factores sicológicos sino del acceso a posiciones sociales especializadas dentro de la estructura social por medio de las cuales se hace posible un determinado modelo de habla que es la que al final viene a construir el modo de vida que llevamos o queremos llevar.

Si uno de esos indicadores es el espacio, debemos pensar qué estrategia debemos construir con la escuela y la comunidad para que un niño se sienta protegido en su lugar, respaldado en su decisiones, animado para poder desarrollar un entorno de libertad.

Las estrategias

¿Qué estrategias desarrollar para que pase lo que pase el niño vaya todos los día a la Escuela? La respuesta aquí la damos desde un enfoque de educación no formal que apoye a la escuela y las familias para que la ruta no se pierda.

Un enfoque de educación no formal significa una alianza con la escuela para que ocurra una red entre la casa, la escuela y el barrio. Las experiencias no formales pueden consolidar algunas actividades de formación y comunicación barrial:

Uso vital del tiempo libre.
Sentido de pertenencia con la escuela.
Escuela de padres.
Placer de aprender.
Talleres con profesores.
Reglas de juego claras.
Construcción de ciudadanía.

Un enfoque de educación no formal significa estar en una experiencia de aprendizaje sin estar en el aula, ser profesores sin serlo, por lo tanto no es repetir en tiempo extra escolar lo que se ha hecho en el tiempo escolar: pero comunica, enlaza y da luces de sentido al conocimiento de la escuela formal. Este enfoque le apuesta a algo que el niño y el ser humano busca instintivamente: el intercambio, el juego como construcción social, la otra mirada a lo que se ve en la escuela a través de expresiones artísticas, la literatura, la educación física. “La capacitación debe enfatizar en su capacidad para participar de forma constructiva e incitar un cambio positivo, es decir, sugerir mejoras en las actividades escolares o informar y prevenir abusos dentro del ambiente de aprendizaje. Las tareas que surgen durante las emergencias (por ejemplo, brindar actividades recreacionales a los niños y jóvenes) pueden ser usadas para involucrar a las personas jóvenes, especialmente aquellas que no asisten a la escuela, en actividades que son importantes para la comunidad. Esto les da alternativas positivas ante influencias negativas tales como el delito, grupos armados, etc.”[vii]

Un enfoque de educación no formal hace gestión con los padres y los profesores, intenta conversar con ellos, conecta ideas para trabajar con el barrio.

Cuando una familia no envía a un niño al colegio no está tomando una decisión privada, allí la decisión es pública enmarcada dentro de la los deberes y derechos entre el Estado y la familia. Si algo pueden hacer las experiencias de educación no formal es ayudar a la escuela y la familia a encontrar la ruta sobre un mapa construido entre todos los implicados. Este enfoque no enjuicia: busca solución a problemas, conectando a las instituciones del Estado, acercando a la casa con ese proyecto que es la educación para toda la vida.

Pero la intervención debe ser bien pensada para que sea coherente.

Según un documento de Medicina Legal aparecido a comienzos de junio, las muertes por la violencia organizada disminuyeron en el 2008, al tiempo que amentaron las muertes por violencia domestica. Es decir que los índices generales de violencia se mantuvieron, lo que nos deja ver que la violencia “intima” es un problema a escala social y que las intervenciones deberían tener esa mirada a gran escala. Así pues, cuando intervenimos una familia a partir del riesgo de abandono escolar debemos tener claro, o por lo menos sospechar, que hay una disposición a la violencia más allá de la casa. Que es histórica.

Saber esto no terminará con la deserción escolar de la misma manera como sale un conejo del sombrero del mago, pero nos hará más sensatos cuando hacemos intervenciones a partir de la observación de un grupo de niños escolares demarcando fronteras de manera ruda. En efecto, hay violencia y es posible que haya más violencia intrafamiliar de la que podemos imaginarnos, pero detengámonos un momento, pensemos antes de dar el veredicto final. Construyamos desde las familias y la escuela aportes a la comunidad desde una mirada asertiva [viii] y diversa. Con esto queremos ir más allá del blanco y negro, donde hay malos y buenos a rajatabla, para buscar una experiencia vital. Porque una experiencia vital es abarcadora desde nosotros mismos, como victimas, cómplices y victimarios, como los de afuera y los de adentro, femeninos y masculinos dentro de nuestra feminidad y masculinidad: Fausto y Mefistófeles al mismo tiempo. Pero nunca como el de bata blanca que viene a decir de qué se van a morir los otros.

El informe de Medicina Legal concluye: ayudan mucho los programas de educación no formal. Nosotros en las reuniones con padres de familia en La Gabarra y Tibú hemos podido medir de manera cualitativa cómo los niveles de agresividad de los niños han disminuido desde que ellos están en el programa. Somos conscientes que esas mediciones, aunque valiosas, no bastan. Para acercarnos a una certeza más adecuada a los intereses del proyecto, como de la escuela y las familias, el equipo de sicólogos y pedagogos ha diseñado una ficha de seguimiento escolar aplicada cada tres meses en donde; a través de 17 valoraciones, podemos tener una idea de los progresos o retrocesos de los participantes en un proceso de educación no formal enfocado a niños en alto riesgo de deserción escolar. Para el proyecto, las evaluaciones deben obtener tanto los datos cualitativos como los cuantitativos para desarrollar un cuadro integral. Los datos cualitativos proporcionan información contextual y nos ayudan a explicar los datos estadísticos obtenidos. Los datos cualitativos pueden obtenerse mediante entrevistas, observaciones y documentos escritos, mientras que los cuantitativos, por medio de encuestas y cuestionarios[ix].

De niños, el profesor era un ser todopoderoso, un dios que lo sabía todo y estaba más allá de nuestro pequeño espacio. Aún hoy, para un niño escolar, el profesor es un paradigma clave en su vida, pero no es el ser todopoderoso que creció en nuestra imaginación entre la reverencia y el miedo. En zonas de crisis, el maestro es igualmente víctima junto con los niños y las familias. Una reunión de líderes comunitarios y profesores del Catatumbo deja claro que el apoyo sicosocial lo necesitan tanto niños como profesores, toda la comunidad educativa. Allí la propuesta de educación no formal tiene unos tiempos, espacios, ritmos y temáticas diferentes. “Los métodos de enseñanza para las poblaciones infantiles y de adolescentes que han estado expuestos a traumas deben incluir una estructura predecible, períodos de aprendizaje más cortos para desarrollar la concentración, métodos disciplinarios positivos, participación de todos los estudiantes en actividades de aprendizaje y juegos cooperativos. Será necesario también considerar las necesidades psicosociales del personal educativo, ya que el mismo con frecuencia se extrae de la población afectada y enfrenta los mismos estresares o traumas que los educandos.” [x]

Cuando leí el libro de Cocteau pensé en lo que me motivaba para ir a la escuela y me respondí luego de habérmelo pensado con nostalgia: Los otros niños. Uno paga un día de clases por verse con los amigos.

Propongo un ejercicio entonces: el de preguntarnos íntimamente qué nos motivó a ir a clases cuando fuimos niños, preguntarles a los niños de ahora qué los motiva a asistir hoy día a clases. Y otra pregunta: qué los desmotiva tanto para no querer ir al colegio. Es posible que con las respuestas podamos construir una idea de escuela entre todos y todas. David, un niño de 10 años, me respondió: “vengo a la escuela para aprender y tener un mejor futuro”. David, ha visto escenas de la violencia colombiana que un adulto en condiciones normales es posible que no vea a lo largo de su vida. Que David hable tan bien de la escuela y tenga expectativas tan claras alrededor de ella, es una señal para tener en cuenta.

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[i] Jean Cocteau (1889-1963), poeta, novelista, dramaturgo, diseñador, autor de libretos y director de cine francés. Estuvo asociado con el surrealismo y su obra ejerció gran influencia en la de otros muchos escritores.
[ii] Henri Poincaré, Sobre la Ciencia y el método. Biblioteca Universal Círculo de Lectores, Unesco, Barcelona, 1997.
[iii] Ejemplos de indicadores para una deficiente cohesión social en cualquier país: la pobreza, la discriminación, la exclusión, la desconfianza social, la falta de oportunidades, la ciudadanía postergada, al decir de Octavio Paz. A todas estas, los indicadores de educación nos ponen a pensar en todos los anteriores. Uno de ellos para este caso, según un documento de la CEPAL (Inclusión y Sentido de pertenencia en América Latina y el Caribe. Santiago de Chile, 2007), se refiere a la proporción de personas que abandonan prematuramente la enseñanza y no continúan con ningún tipo de educación o formación. Por ejemplo, este indicador revela la eficiencia del sistema educativo de un país, así como la habilidad de una sociedad para luchar contra la pobreza y mejorar los niveles de cohesión social. Según los cálculos del ICBF, (La Opinión 20.06.09) invertir 1 dólar en alimentos por parte del Estado en la primera infancia (0 a 6 años), le permite ahorrar al gobierno hasta 12 dólares en la edad adulta. Es de suponer que esos 12 dólares tienen que ver con un intento de restaurar educación deficiente, problemas de salud e imposibilidad de inserción en la vida económica del país.
[iv] Un informe del PNUD, Noticias del Callejón trabaja estos indicadores de riesgo para que un niño o niña terminen involucrados en la guerra: vivir en zonas de violencia, idealizar lo armado, vivir en un entorno familiar disfuncional, el desplazamiento, la disputa por la riqueza en zonas mineras, petroleras por las millonarias regalías, o cuando se está en zona de cultivos ilícitos.
[v] Según la directora del ICBF la desnutrición afecta sobre todo a zonas rurales por la situación histórica del conflicto en el país. De acuerdo con sus cálculos, los grupos armados organizados en muchas ocasiones se oponen a que lleguen los alimentos, afectando sobre todo a indígenas y afrodescendientes. La Opinión, 20.06.09
[vi] Bourdieu, Pierre, “Efectos de lugar”, La miseria del mundo, Pierre Bourdieu y
otros, Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica.
[vii] Normas mínimas para la educación en situaciones de emergencia, crisis crónica y reconstrucción temprana, INEE. Unesco, Londres, 2004.
[viii] Alonso Montaguth en su ensayo inédito, “Comportamiento y constitución del sujeto humano”, dice: por norma de comportamiento asertivo se entiende aquella que busca en toda acción que emprenda un estudiante cuando implique una falta, más que destacar la falta en sí, la promoción y el acompañamiento de los procesos de desarrollo del niño o niña de manera positiva, buscando en el refuerzo y en el razonamiento empático que se perciba la manera correcta de actuar, de tal manera que se viva la integración y el convivir siempre pensando y actuando en función del otro y de sí mismo.
[ix] INEE, documento citado
[x] INEE, documento citado