A María Lisant: su belleza y espíritu neolítico.
“Si uno pudiera deshacerse en el tiempo”, William Faulkner: Mientras agonizo.
¡Todo el mundo sabe que en nuestro país lo más fácil es hacerse rico! La existencia de tanta pobreza a pesar de aquello se debía a que, a lo largo de sus vidas, a nuestros compatriotas no se les enseñaba a ser ricos, sino a ser pobres. Orham Pamuk: El Libro negro.
1
A los 26 años Lévi-Strauss dictaba clases en la Universidad de São Paulo al tiempo que realizaba trabajo de campo en la Amazonia y Mato Grosso do Sul con aisladas comunidades indígenas. Durante esos intensos años de exploración, trabajo académico y búsqueda interior (1934- 37) el joven antropólogo llega a la conclusión de que su búsqueda antropológica se ajustaba a la perfección en su inteligencia neolítica. Había entendido que había algo en él, en su pensamiento, que asumía sin contradicciones las investigaciones que estaba llevando a cabo en las selvas de Brasil y Paraguay. Ese momento crucial en su viaje de iniciación a Sudamérica lo relató en Tristes Trópicos, un fascinante documento entre la ciencia y la literatura: “Hoy a veces me pregunto si no me sentí atraído por la antropología, aunque inconscientemente, a causa de una afinidad estructural entre las civilizaciones que son su objeto de estudio y mis propios procesos mentales. Mi inteligencia es neolítica.”
La anécdota que he contado apunta a esto: Imaginemos que hemos decidido hacer un viaje hacia el conflicto colombiano. ¿En qué nos puede ayudar para el viaje esa certeza íntima de Lévi-Strauss? Mi idea es así: para uno entender esta violencia en primer lugar hay que ser del país y en segundo poseer esta “inteligencia” nuestra que fue el caldo de cultivo de este conflicto.
¿Podemos sabernos neo-colombianos de la misma manera que Lévi-Strauss se supo neolítico?
La edad neolítica fue un intermedio entre la agricultura y el asentamiento de las ciudades: fue entonces pos-agrícola y pre-urbana, un momento ideal de la historia humana. Floreció la agricultura, la cría de ganado, la alfaharería, los telares; los alimentos comenzaron a ser conservados y procesados y estábamos lejos aun de la civilización mecánica.[1]
Alejados irremediablemente de ese momento romántico de la historia del hombre, nos encontramos con nosotros mismos: colombianos en la primera década del siglo XXI, atrapados en el tiempo: la guerra ha mutado, nos ha engañado haciéndonos creer que es la misma y nosotros hemos caído en su trampa: confundimos la guerra de ahora con la de hace 50 y la de hace 50 con la de los Mil días.
Tenemos motivos para confundirnos: ante esa ausencia de tregua y de soluciones claras nos queda el sabor de estar en las mismas desde los tiempos de los tiempos. Hay una trampa que no ha sido resuelta. La guerra así parece infinita. Hay una expresión para designar las pinturas que engañan al ojo: Trompe l'oeil, literalmente trampa al ojo.[2] ¿Es una trampa al ojo esta guerra? O ¿Somos una trampa?
La película Matrix de Larry y Andy Wachowski, nos muestra ese mundo en el que estamos atrapados: un no-lugar entre la máquina y el hombre. Para nuestro caso: un mundo entre el la necesidad de guerra y el deseo de paz. La verdad es que ni lo uno ni lo otro sino ambas personalidades: tenemos necesidades encontradas. Tampoco somos los mismos de hace décadas.
2
Si esta guerra no ha sido siempre la misma y nosotros tampoco somos los mismos, pensemos entonces dos ideas sobre la discontinuidad del tiempo.
Uno. Ante una realidad, a simple vista inmutable, nos puede interesar o indisponer saber entonces que no somos una continuidad en el tiempo y que, en palabras de Slavoj Zizek, vivimos en un interespacio y en un tiempo prestado.
¿Qué es todo eso de interespacio y tiempo prestado? Simplemente que tanto los problemas como las soluciones son temporales, toda solución es provisional o temporal: no podemos ser radicales en las soluciones porque los problemas tampoco lo son.
Lo han demostrado en la India y en Malasia por citar dos grandes regiones donde las oportunidades han mejorado para muchos, donde la clase media ha crecido de un 10% a un 50% en menos de cinco décadas. Claro, en Colombia tenemos una desventaja: llevamos mucho tiempo en guerras y eso nos ha atrasado considerablemente en ciencia, tecnologías, educación, investigación y comunicaciones. [3]
Dos. Foucault en sus estudios sobre el lenguaje del siglo XVI descubre que el hombre es una invención reciente, una figura que apenas tiene 200 años, o sea desde la época de nuestra independencia. Es decir el hombre como tal, esto que somos ahora viene de la modernidad que nace a comienzos del siglo XIX. Para él era reconfortante saber que ese hombre, del cual muchos consideraban que venía construyéndose desde Sócrates, es solo un desgarrón en el orden de las cosas, un pliegue que desaparecerá cuando el saber encuentre una forma nueva dentro de su constante fluir.
¿A qué nos lleva todo esto?
Uno. A que los tiempos y los seres humanos no somos estáticos, tampoco las culturas. Toda esta identidad que nos ha marcado a lo largo del tiempo moderno puede desaparecer tal y como llegó.
Dos. El tiempo se vive como un libro. Un libro puede significar algo en la juventud y otra en la madurez, pero uno no puede decir cuando lee por primera vez un libro: si lo hubiera leído de joven, ¡el provecho que le hubiera sacado! Al leerlo ahora ese libro está modificando de inmediato el pasado, el presente y el futuro de nuestra vida.
La posibilidad de un nuevo colombiano podría generar nuevos retos. Yo ubico dos escenarios por ahora:
Primer escenario: es posible que tendríamos que asistir a terapias grupales con sicólogos de alto nivel que nos ayuden a asumir y aceptar el trauma de un país SIN guerra.
Segundo escenario: Simplemente asumimos el síntoma con responsabilidad y enfrentamos la enfermedad sin eufemismos a ver si trascendemos ese momento en el que quedamos, como el protagonista de Matrix, atrapados en esa estación de metro donde no vale andar pa lante porque siempre se regresa al mismo punto por detrás.
La guerra tiene final, pero estamos confundidos… ¿O tal vez amañados?
2009 © Benjamín Casadiego
[1] Lo que se pregunta Clifford Geertz es si Lévi-Strauss no se encerró durante su “primer viaje” en una civilización ideal escondida en la inaccesible selva para desde allí intentar encontrar con su pensamiento neolítico el mundo ideal. Lo cierto, dice Geertz, es que esa fe primitiva con todos sus valores carece ahora de importancia y credibilidad.
[2] Orhan Pamuk en El Libro Negro cuenta de un concurso en Estambul para decorar un salón de esparcimiento: aquellos pintores que aceptaran el reto debían hacer un mural perfecto en su realismo. Los dos mejores pintores de la ciudad se le midieron al reto y a cada uno se les dio una pared, frente a frente, tapada con una gran cortina de tal manera que ninguno sabía lo que estaba haciendo el otro. El de la izquierda pintó un paisaje tan real que uno podía pasear en él, por su parte, el de la derecha colocó un descomunal espejo. Ganó por supuesto el del espejo, pues desde el espejo se veía con mayor nitidez y colorido la obra del frente: hasta se veían revolotear pajaritos en las ramas de los árboles pintados y otros detalles que en la pintura no se alcanzaban a notar.
[3] “Y no pude menos que pensar en todos aquellos a quienes la guerra había seguido matando después de que las armas hubieran cesado de disparar”, dice un personaje de Alessandro Barico en “Esta historia”.
“Si uno pudiera deshacerse en el tiempo”, William Faulkner: Mientras agonizo.
¡Todo el mundo sabe que en nuestro país lo más fácil es hacerse rico! La existencia de tanta pobreza a pesar de aquello se debía a que, a lo largo de sus vidas, a nuestros compatriotas no se les enseñaba a ser ricos, sino a ser pobres. Orham Pamuk: El Libro negro.
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A los 26 años Lévi-Strauss dictaba clases en la Universidad de São Paulo al tiempo que realizaba trabajo de campo en la Amazonia y Mato Grosso do Sul con aisladas comunidades indígenas. Durante esos intensos años de exploración, trabajo académico y búsqueda interior (1934- 37) el joven antropólogo llega a la conclusión de que su búsqueda antropológica se ajustaba a la perfección en su inteligencia neolítica. Había entendido que había algo en él, en su pensamiento, que asumía sin contradicciones las investigaciones que estaba llevando a cabo en las selvas de Brasil y Paraguay. Ese momento crucial en su viaje de iniciación a Sudamérica lo relató en Tristes Trópicos, un fascinante documento entre la ciencia y la literatura: “Hoy a veces me pregunto si no me sentí atraído por la antropología, aunque inconscientemente, a causa de una afinidad estructural entre las civilizaciones que son su objeto de estudio y mis propios procesos mentales. Mi inteligencia es neolítica.”
La anécdota que he contado apunta a esto: Imaginemos que hemos decidido hacer un viaje hacia el conflicto colombiano. ¿En qué nos puede ayudar para el viaje esa certeza íntima de Lévi-Strauss? Mi idea es así: para uno entender esta violencia en primer lugar hay que ser del país y en segundo poseer esta “inteligencia” nuestra que fue el caldo de cultivo de este conflicto.
¿Podemos sabernos neo-colombianos de la misma manera que Lévi-Strauss se supo neolítico?
La edad neolítica fue un intermedio entre la agricultura y el asentamiento de las ciudades: fue entonces pos-agrícola y pre-urbana, un momento ideal de la historia humana. Floreció la agricultura, la cría de ganado, la alfaharería, los telares; los alimentos comenzaron a ser conservados y procesados y estábamos lejos aun de la civilización mecánica.[1]
Alejados irremediablemente de ese momento romántico de la historia del hombre, nos encontramos con nosotros mismos: colombianos en la primera década del siglo XXI, atrapados en el tiempo: la guerra ha mutado, nos ha engañado haciéndonos creer que es la misma y nosotros hemos caído en su trampa: confundimos la guerra de ahora con la de hace 50 y la de hace 50 con la de los Mil días.
Tenemos motivos para confundirnos: ante esa ausencia de tregua y de soluciones claras nos queda el sabor de estar en las mismas desde los tiempos de los tiempos. Hay una trampa que no ha sido resuelta. La guerra así parece infinita. Hay una expresión para designar las pinturas que engañan al ojo: Trompe l'oeil, literalmente trampa al ojo.[2] ¿Es una trampa al ojo esta guerra? O ¿Somos una trampa?
La película Matrix de Larry y Andy Wachowski, nos muestra ese mundo en el que estamos atrapados: un no-lugar entre la máquina y el hombre. Para nuestro caso: un mundo entre el la necesidad de guerra y el deseo de paz. La verdad es que ni lo uno ni lo otro sino ambas personalidades: tenemos necesidades encontradas. Tampoco somos los mismos de hace décadas.
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Si esta guerra no ha sido siempre la misma y nosotros tampoco somos los mismos, pensemos entonces dos ideas sobre la discontinuidad del tiempo.
Uno. Ante una realidad, a simple vista inmutable, nos puede interesar o indisponer saber entonces que no somos una continuidad en el tiempo y que, en palabras de Slavoj Zizek, vivimos en un interespacio y en un tiempo prestado.
¿Qué es todo eso de interespacio y tiempo prestado? Simplemente que tanto los problemas como las soluciones son temporales, toda solución es provisional o temporal: no podemos ser radicales en las soluciones porque los problemas tampoco lo son.
Lo han demostrado en la India y en Malasia por citar dos grandes regiones donde las oportunidades han mejorado para muchos, donde la clase media ha crecido de un 10% a un 50% en menos de cinco décadas. Claro, en Colombia tenemos una desventaja: llevamos mucho tiempo en guerras y eso nos ha atrasado considerablemente en ciencia, tecnologías, educación, investigación y comunicaciones. [3]
Dos. Foucault en sus estudios sobre el lenguaje del siglo XVI descubre que el hombre es una invención reciente, una figura que apenas tiene 200 años, o sea desde la época de nuestra independencia. Es decir el hombre como tal, esto que somos ahora viene de la modernidad que nace a comienzos del siglo XIX. Para él era reconfortante saber que ese hombre, del cual muchos consideraban que venía construyéndose desde Sócrates, es solo un desgarrón en el orden de las cosas, un pliegue que desaparecerá cuando el saber encuentre una forma nueva dentro de su constante fluir.
¿A qué nos lleva todo esto?
Uno. A que los tiempos y los seres humanos no somos estáticos, tampoco las culturas. Toda esta identidad que nos ha marcado a lo largo del tiempo moderno puede desaparecer tal y como llegó.
Dos. El tiempo se vive como un libro. Un libro puede significar algo en la juventud y otra en la madurez, pero uno no puede decir cuando lee por primera vez un libro: si lo hubiera leído de joven, ¡el provecho que le hubiera sacado! Al leerlo ahora ese libro está modificando de inmediato el pasado, el presente y el futuro de nuestra vida.
La posibilidad de un nuevo colombiano podría generar nuevos retos. Yo ubico dos escenarios por ahora:
Primer escenario: es posible que tendríamos que asistir a terapias grupales con sicólogos de alto nivel que nos ayuden a asumir y aceptar el trauma de un país SIN guerra.
Segundo escenario: Simplemente asumimos el síntoma con responsabilidad y enfrentamos la enfermedad sin eufemismos a ver si trascendemos ese momento en el que quedamos, como el protagonista de Matrix, atrapados en esa estación de metro donde no vale andar pa lante porque siempre se regresa al mismo punto por detrás.
La guerra tiene final, pero estamos confundidos… ¿O tal vez amañados?
2009 © Benjamín Casadiego
[1] Lo que se pregunta Clifford Geertz es si Lévi-Strauss no se encerró durante su “primer viaje” en una civilización ideal escondida en la inaccesible selva para desde allí intentar encontrar con su pensamiento neolítico el mundo ideal. Lo cierto, dice Geertz, es que esa fe primitiva con todos sus valores carece ahora de importancia y credibilidad.
[2] Orhan Pamuk en El Libro Negro cuenta de un concurso en Estambul para decorar un salón de esparcimiento: aquellos pintores que aceptaran el reto debían hacer un mural perfecto en su realismo. Los dos mejores pintores de la ciudad se le midieron al reto y a cada uno se les dio una pared, frente a frente, tapada con una gran cortina de tal manera que ninguno sabía lo que estaba haciendo el otro. El de la izquierda pintó un paisaje tan real que uno podía pasear en él, por su parte, el de la derecha colocó un descomunal espejo. Ganó por supuesto el del espejo, pues desde el espejo se veía con mayor nitidez y colorido la obra del frente: hasta se veían revolotear pajaritos en las ramas de los árboles pintados y otros detalles que en la pintura no se alcanzaban a notar.
[3] “Y no pude menos que pensar en todos aquellos a quienes la guerra había seguido matando después de que las armas hubieran cesado de disparar”, dice un personaje de Alessandro Barico en “Esta historia”.