martes, 23 de junio de 2009

Días sin clase



Días sin clase: para pensar las rutas de regreso a la escuela

Benjamin Casadiego
Responsable pedagógico proyecto CISP-OIM en Norte de Santander


En la biblioteca del Centro de Convivencia ciudadana de Tibú me encontré con “Los niños terribles”, un libro de memorias de infancia que escribió Jean Cocteau en 1929. En él narra su vida escolar en París. La trama de la historia se abre desde el momento en que un muchacho, Dargelos, le tira una bola de nieve en la cabeza a su compañero Paul. Hay sangre en el rostro del niño y un hilo rojo se escurre hacia los adoquines. Un profesor al ver la escena corre de inmediato con el herido a la enfermería, mientras otro se va con el infractor a la Rectoría. El joven agresor dice que solo le tiró una bola de nieve, pero un niño que ha sido testigo hace una diferencia crucial: la bola de nieve llevaba una piedra adentro. Dargelos termina expulsado del colegio, no por la bola de nieve con la piedra sino porque, días después, le esparció pimienta en los ojos a un profesor. Cuando Paul, el agredido, se entera en medio de su convalecencia de que Dargelos ha sido expulsado de la escuela, siente que se ha ido el único motivo por el que le gustaba ir a clases.[i]

Uno suelta el libro y se pregunta abstraído: ¿qué anima a un niño a asistir a clases?

En una reunión con profesores en Tibú, estos contaban que muchos niños llegaba a clase buscando el amor que en casa no recibían de sus padres. Ese amor y otras cosas más buscan todos los niños en las escuelas: ellos sienten que van a participar de una experiencia educativa en un ambiente complejo, es decir vivo y rico, de lo contrario la escuela no funcionaría como tal sino como “jaula”, que es como se refieren en el libro de Cocteau a las aulas de clase. Lo curricular puede ser visto por los niños como la condición que deben saldar para acceder a ese otro espacio oculto de la camaradería, el intercambio social, la invención, los juegos, las complicidades, el ascenso o descenso en la vida pública. Allí está inscrito el aprendizaje, por eso no se puede desligar el aprender de los intereses claros de los niños, de la vida que están llevando y esperan llevar.

Sin embargo, para que un niño llegue a su escuela debe haber una ruta pensada como proyecto educativo al interior de una familia. Ese proyecto se construye a partir de necesidades de inclusión social y vida digna. Con esto claro, la familia hace que la ruta diaria no tenga pierde: el baño, el desayuno, el uniforme lavado y planchado, los zapatos, el maletín, los cuadernos, las tareas. Esa es la ruta que la familia como institución se encarga de validar día a día desde hace tal vez un siglo. La familia por lo general no discute o evalúa con los niños el placer o no de estar en el colegio: los niños tienen el deber de estudiar, comenzado porque no podrían dejarlos con nadie en casa.

En segundo lugar está el interés del niño por afianzar esa cohesión social que significa estar dentro del espacio escolar: allí están sus camaradas, sus tesoros, sus revanchas y dolores, la vida social organizada, una vida casi invisible para los adultos, pero que allí va paralela a la vida “normal” de los grandes: intrigas, decepciones, amores, solidaridad, trabajo en equipo, mezquindades, violencia, pobreza, poder.

Esa es la vida normal. Ahora bien: qué ocurre cuando en la casa ven más práctico que el niño se quede haciendo los oficios domésticos, o que se vaya a trabajar con el papá en la mina o a raspar coca. O cuando todo es tan complicado que enviar al niño al colegio no hace parte de una rutina pues la escuela se ve como un proyecto a muy largo plazo donde no se ve nada inmediato.

Entonces allí el juego puede terminar para una comunidad y un país: cuando un niño no va a clases comienzan a ascender los indicadores de desprotección y vulnerabilidad. Es decir ese proyecto a largo plazo que es la educación queda truncado, lo mismo que ese roce del conocimiento en un espacio que hace parte de sus construcciones sociales que continuarán hasta la vida de adulto. Algo se desconecta en una red creada desde los aprendizajes compartidos, una red que exige poseer las claves para estar en ella. Lo marginal se vuelve más marginal, lo pobre se vuelve más pobre, la exclusión se abre como una flor venenosa.

¿Los azares de la exclusión?

El físico y matemático francés de fines de siglo XIX, Henri Poincaré, nos habla sobre el azar de esta manera: para que el azar ocurra se necesitan pequeños cambios: por ejemplo, para que la aguja de una ruleta se detenga en un color rojo o verde se necesita un impulso inicial leve o menos leve para que llegue a un punto determinado, rojo o verde; para que un ladrillo al caer golpee o no la cabeza de algún transeúnte se necesitan centésimas de segundo: una más y el ladrillo llega a la cabeza, otra centésima menos el ladrillo cae al piso sin herir al transeúnte. Pero esas cantidades mínimas que rigen al azar pueden tener consecuencias enormes, algunas veces devastadoras. “Siempre que estos dos mundos, generalmente extraños entre sí –escribe Poincaré-, reaccionan de esta manera el uno sobre el otro, las leyes de esta reacción han de ser muy complejas; por otra parte habría bastado un pequeño cambio en las condiciones iniciales de estos dos mundos para que la reacción no se hubiera producido”[ii]

Traigo este ejemplo para pensar en ese momento cuando el niño no llega más a clase. Dos mundos, esta vez reconocidos entre sí, se desencuentran de manera desafortunada para que ese azar se de: la casa sin proyecto de educación y la escuela sin espacios de atracción efectivos. Es una decisión inadvertida dentro de la vida azarosa de un barrio en la periferia de la ciudad, pero las consecuencias son devastadoras a largo plazo: para el niño y la sociedad. Debe pasar mucho tiempo para que nos demos cuenta a dónde llegan las cosas cuando la ruta de la escuela se pierde. Para todos significa más pobreza, para un país significa inequidad.[iii]

Los riesgos de no tener ruta para la escuela

¿Qué hace que un niño decida coger la ruta de las armas o los negocios ilícitos? La pobreza, podemos decir de inmediato, pero la respuesta no es completa. Un niño puede irse a las armas porque ve allí grupos donde se siente respetado, donde hay calor de amigos, camaradería o simplemente porque la familia lo entrega para desentenderse económicamente de él: al fin de cuentas allí va a tener comida y techo.[iv]

Otro indicador es el espacio que habita[v], pensando en el espacio físico no solo como expresión de las desigualdades y discriminaciones sociales, sino también porque contribuye a formar el “habitus” que condiciona la proximidad y lejanía de personas en el plano subjetivo, en el ámbito de las creencias, pensamientos, disposiciones y percepciones.[vi]

Es en ese espacio donde los seres humanos aprendemos por segunda vez a hablar para entrar al mundo, donde se puede acceder, según Bernstein, a los códigos elaborados que no dependen de factores sicológicos sino del acceso a posiciones sociales especializadas dentro de la estructura social por medio de las cuales se hace posible un determinado modelo de habla que es la que al final viene a construir el modo de vida que llevamos o queremos llevar.

Si uno de esos indicadores es el espacio, debemos pensar qué estrategia debemos construir con la escuela y la comunidad para que un niño se sienta protegido en su lugar, respaldado en su decisiones, animado para poder desarrollar un entorno de libertad.

Las estrategias

¿Qué estrategias desarrollar para que pase lo que pase el niño vaya todos los día a la Escuela? La respuesta aquí la damos desde un enfoque de educación no formal que apoye a la escuela y las familias para que la ruta no se pierda.

Un enfoque de educación no formal significa una alianza con la escuela para que ocurra una red entre la casa, la escuela y el barrio. Las experiencias no formales pueden consolidar algunas actividades de formación y comunicación barrial:

Uso vital del tiempo libre.
Sentido de pertenencia con la escuela.
Escuela de padres.
Placer de aprender.
Talleres con profesores.
Reglas de juego claras.
Construcción de ciudadanía.

Un enfoque de educación no formal significa estar en una experiencia de aprendizaje sin estar en el aula, ser profesores sin serlo, por lo tanto no es repetir en tiempo extra escolar lo que se ha hecho en el tiempo escolar: pero comunica, enlaza y da luces de sentido al conocimiento de la escuela formal. Este enfoque le apuesta a algo que el niño y el ser humano busca instintivamente: el intercambio, el juego como construcción social, la otra mirada a lo que se ve en la escuela a través de expresiones artísticas, la literatura, la educación física. “La capacitación debe enfatizar en su capacidad para participar de forma constructiva e incitar un cambio positivo, es decir, sugerir mejoras en las actividades escolares o informar y prevenir abusos dentro del ambiente de aprendizaje. Las tareas que surgen durante las emergencias (por ejemplo, brindar actividades recreacionales a los niños y jóvenes) pueden ser usadas para involucrar a las personas jóvenes, especialmente aquellas que no asisten a la escuela, en actividades que son importantes para la comunidad. Esto les da alternativas positivas ante influencias negativas tales como el delito, grupos armados, etc.”[vii]

Un enfoque de educación no formal hace gestión con los padres y los profesores, intenta conversar con ellos, conecta ideas para trabajar con el barrio.

Cuando una familia no envía a un niño al colegio no está tomando una decisión privada, allí la decisión es pública enmarcada dentro de la los deberes y derechos entre el Estado y la familia. Si algo pueden hacer las experiencias de educación no formal es ayudar a la escuela y la familia a encontrar la ruta sobre un mapa construido entre todos los implicados. Este enfoque no enjuicia: busca solución a problemas, conectando a las instituciones del Estado, acercando a la casa con ese proyecto que es la educación para toda la vida.

Pero la intervención debe ser bien pensada para que sea coherente.

Según un documento de Medicina Legal aparecido a comienzos de junio, las muertes por la violencia organizada disminuyeron en el 2008, al tiempo que amentaron las muertes por violencia domestica. Es decir que los índices generales de violencia se mantuvieron, lo que nos deja ver que la violencia “intima” es un problema a escala social y que las intervenciones deberían tener esa mirada a gran escala. Así pues, cuando intervenimos una familia a partir del riesgo de abandono escolar debemos tener claro, o por lo menos sospechar, que hay una disposición a la violencia más allá de la casa. Que es histórica.

Saber esto no terminará con la deserción escolar de la misma manera como sale un conejo del sombrero del mago, pero nos hará más sensatos cuando hacemos intervenciones a partir de la observación de un grupo de niños escolares demarcando fronteras de manera ruda. En efecto, hay violencia y es posible que haya más violencia intrafamiliar de la que podemos imaginarnos, pero detengámonos un momento, pensemos antes de dar el veredicto final. Construyamos desde las familias y la escuela aportes a la comunidad desde una mirada asertiva [viii] y diversa. Con esto queremos ir más allá del blanco y negro, donde hay malos y buenos a rajatabla, para buscar una experiencia vital. Porque una experiencia vital es abarcadora desde nosotros mismos, como victimas, cómplices y victimarios, como los de afuera y los de adentro, femeninos y masculinos dentro de nuestra feminidad y masculinidad: Fausto y Mefistófeles al mismo tiempo. Pero nunca como el de bata blanca que viene a decir de qué se van a morir los otros.

El informe de Medicina Legal concluye: ayudan mucho los programas de educación no formal. Nosotros en las reuniones con padres de familia en La Gabarra y Tibú hemos podido medir de manera cualitativa cómo los niveles de agresividad de los niños han disminuido desde que ellos están en el programa. Somos conscientes que esas mediciones, aunque valiosas, no bastan. Para acercarnos a una certeza más adecuada a los intereses del proyecto, como de la escuela y las familias, el equipo de sicólogos y pedagogos ha diseñado una ficha de seguimiento escolar aplicada cada tres meses en donde; a través de 17 valoraciones, podemos tener una idea de los progresos o retrocesos de los participantes en un proceso de educación no formal enfocado a niños en alto riesgo de deserción escolar. Para el proyecto, las evaluaciones deben obtener tanto los datos cualitativos como los cuantitativos para desarrollar un cuadro integral. Los datos cualitativos proporcionan información contextual y nos ayudan a explicar los datos estadísticos obtenidos. Los datos cualitativos pueden obtenerse mediante entrevistas, observaciones y documentos escritos, mientras que los cuantitativos, por medio de encuestas y cuestionarios[ix].

De niños, el profesor era un ser todopoderoso, un dios que lo sabía todo y estaba más allá de nuestro pequeño espacio. Aún hoy, para un niño escolar, el profesor es un paradigma clave en su vida, pero no es el ser todopoderoso que creció en nuestra imaginación entre la reverencia y el miedo. En zonas de crisis, el maestro es igualmente víctima junto con los niños y las familias. Una reunión de líderes comunitarios y profesores del Catatumbo deja claro que el apoyo sicosocial lo necesitan tanto niños como profesores, toda la comunidad educativa. Allí la propuesta de educación no formal tiene unos tiempos, espacios, ritmos y temáticas diferentes. “Los métodos de enseñanza para las poblaciones infantiles y de adolescentes que han estado expuestos a traumas deben incluir una estructura predecible, períodos de aprendizaje más cortos para desarrollar la concentración, métodos disciplinarios positivos, participación de todos los estudiantes en actividades de aprendizaje y juegos cooperativos. Será necesario también considerar las necesidades psicosociales del personal educativo, ya que el mismo con frecuencia se extrae de la población afectada y enfrenta los mismos estresares o traumas que los educandos.” [x]

Cuando leí el libro de Cocteau pensé en lo que me motivaba para ir a la escuela y me respondí luego de habérmelo pensado con nostalgia: Los otros niños. Uno paga un día de clases por verse con los amigos.

Propongo un ejercicio entonces: el de preguntarnos íntimamente qué nos motivó a ir a clases cuando fuimos niños, preguntarles a los niños de ahora qué los motiva a asistir hoy día a clases. Y otra pregunta: qué los desmotiva tanto para no querer ir al colegio. Es posible que con las respuestas podamos construir una idea de escuela entre todos y todas. David, un niño de 10 años, me respondió: “vengo a la escuela para aprender y tener un mejor futuro”. David, ha visto escenas de la violencia colombiana que un adulto en condiciones normales es posible que no vea a lo largo de su vida. Que David hable tan bien de la escuela y tenga expectativas tan claras alrededor de ella, es una señal para tener en cuenta.

...


[i] Jean Cocteau (1889-1963), poeta, novelista, dramaturgo, diseñador, autor de libretos y director de cine francés. Estuvo asociado con el surrealismo y su obra ejerció gran influencia en la de otros muchos escritores.
[ii] Henri Poincaré, Sobre la Ciencia y el método. Biblioteca Universal Círculo de Lectores, Unesco, Barcelona, 1997.
[iii] Ejemplos de indicadores para una deficiente cohesión social en cualquier país: la pobreza, la discriminación, la exclusión, la desconfianza social, la falta de oportunidades, la ciudadanía postergada, al decir de Octavio Paz. A todas estas, los indicadores de educación nos ponen a pensar en todos los anteriores. Uno de ellos para este caso, según un documento de la CEPAL (Inclusión y Sentido de pertenencia en América Latina y el Caribe. Santiago de Chile, 2007), se refiere a la proporción de personas que abandonan prematuramente la enseñanza y no continúan con ningún tipo de educación o formación. Por ejemplo, este indicador revela la eficiencia del sistema educativo de un país, así como la habilidad de una sociedad para luchar contra la pobreza y mejorar los niveles de cohesión social. Según los cálculos del ICBF, (La Opinión 20.06.09) invertir 1 dólar en alimentos por parte del Estado en la primera infancia (0 a 6 años), le permite ahorrar al gobierno hasta 12 dólares en la edad adulta. Es de suponer que esos 12 dólares tienen que ver con un intento de restaurar educación deficiente, problemas de salud e imposibilidad de inserción en la vida económica del país.
[iv] Un informe del PNUD, Noticias del Callejón trabaja estos indicadores de riesgo para que un niño o niña terminen involucrados en la guerra: vivir en zonas de violencia, idealizar lo armado, vivir en un entorno familiar disfuncional, el desplazamiento, la disputa por la riqueza en zonas mineras, petroleras por las millonarias regalías, o cuando se está en zona de cultivos ilícitos.
[v] Según la directora del ICBF la desnutrición afecta sobre todo a zonas rurales por la situación histórica del conflicto en el país. De acuerdo con sus cálculos, los grupos armados organizados en muchas ocasiones se oponen a que lleguen los alimentos, afectando sobre todo a indígenas y afrodescendientes. La Opinión, 20.06.09
[vi] Bourdieu, Pierre, “Efectos de lugar”, La miseria del mundo, Pierre Bourdieu y
otros, Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica.
[vii] Normas mínimas para la educación en situaciones de emergencia, crisis crónica y reconstrucción temprana, INEE. Unesco, Londres, 2004.
[viii] Alonso Montaguth en su ensayo inédito, “Comportamiento y constitución del sujeto humano”, dice: por norma de comportamiento asertivo se entiende aquella que busca en toda acción que emprenda un estudiante cuando implique una falta, más que destacar la falta en sí, la promoción y el acompañamiento de los procesos de desarrollo del niño o niña de manera positiva, buscando en el refuerzo y en el razonamiento empático que se perciba la manera correcta de actuar, de tal manera que se viva la integración y el convivir siempre pensando y actuando en función del otro y de sí mismo.
[ix] INEE, documento citado
[x] INEE, documento citado