martes, 24 de febrero de 2009

Iniciativas para el desarrollo humano





Los líos con las pirámides de dineros rápidos y fáciles nos ponen a pensar en otras más silenciosas, efectivas y a largo tiempo: las pirámides de desarrollo humano, estas no ascienden a las alturas sino que crecen de manera horizontal, tejen redes y producen dividendos para todos sin riesgos de bancarrota.



Segovia, al noreste antioqueño, es un municipio que vive de la explotación aurífera y del cuarzo. Desde el aire pueden verse los socavones en las montañas parecidas a trincheras que estuvieran resguardando al pueblo; así pues el oro define el modo de vida: sus habitantes desde muy jóvenes ya tienen una veta que han comprado o heredado y desde entonces saben que van a estar en la explotación de su propia mina. En el trajín de una mina no hay necesidad de estudiar; eso es una señal de la quimera; pero hay otras. Uno de los métodos de extracción del oro consiste en combinarlos con mercurio; esto hace que las fuentes de agua contengan altos residuos de este elemento: los segovianos se lo beben día a día y cargan en sus cuerpos los más altos índices de mercurio en el mundo, como lo afirman continuos informes de la OMS.

Dentro de los talleres que estábamos dando en la región del noreste, descubrimos una especie de pasividad intrafamiliar, que es otra forma de violencia intrafamiliar: la cultura del municipio asume que la mujer está con el hombre para que este la mantenga y ella tiene que obedecer a los caprichos del marido cuando llega de los socavones: borracho, sin dinero o con él, violento o indiferente. La mujer es una mantenida y debe resignarse a guardar silencio. Un spot radial que hicimos durante el tiempo que estuvimos allí lo demuestra: llega el marido borracho, insulta a la mujer y predica con voz pastosa: “ya le he dicho al niño que no estudie pues el estudio no sirve para nada en las minas”. La mujer ideal no estudia, ni aspira a nada más que mantenerse en la casa con la ayuda de Dios y del marido. Precisamente los talleres se enfocan a hacer visible eso que parece normal en una comunidad y hablar inteligentemente sobre eso. La idea es mirar con nuevos ojos eso que la cultura va dejando en el colectivo como inmodificable.

Cuando se llega a Segovia por tierra uno pasa por dos pueblos memorables: Yolombó, el espacio geográfico de la novela costumbrista de Tomás Carrasquilla, donde reyes, esclavos, coronas y ordenanzas españoles confluyen en los ojos de su extraordinaria protagonista: la Marquesa de Yolombó. El pueblo ahora nos deja ver sus casas de colores, la catedral de ladrillo, inmensa y hermosa, las calles adornadas con flores, los huertos, la gente que tiene el sabor del tiempo; el otro pueblo es Remedios, llamado así en honor de Nuestra Señora de los Remedios por decisión del capitán Francisco Martínez de Ospina hacia 1560, territorio aurífero y cruce de caminos, durante la época colonial, de aventureros y esclavos traídos de Senegal, Congo y Angola; lugar de riqueza cultural intangible con toda clase de evocaciones diabólicas, cuentos de aparecidos, sortilegios, brujerías, aojamientos y yerbas para sanar los males del alma y los del cuerpo. El paisaje tiene todos los verdes y los ríos llevan el tumulto y el desboque que no da tregua en esta larga temporada de lluvias. Desde la ventanilla del bus escalera veo, encabritado sobre un lecho salvaje de lodo, un balón solitario de quién sabe qué partido inconcluso de fútbol. Pero esa mañana el río se ha llevado además de ese balón a cinco mulas y los tres arrieros que corrieron para tratar de salvarlas.

Cuando al fin se llega a Segovia, después de 12 horas de viaje por carreteras destapadas y cerradas por derrumbes, el bus lo deja a uno en el parque principal que está ubicado en una pendiente. El parque, que parece escurrirse hacia los lados, no es el lugar bonito y ordenado al que nos tenían acostumbrados los pueblos que hemos visto por el camino. En una de sus esquinas está la estatua del presidente Olaya Herrera, en la esquina opuesta está un monumento a los mineros: una aparatosa alegoría donde uno ve una mujer inmensa, desnuda de color cobrizo que baja con las nalgas al aire hacia un minero. En la otra esquina está un edificio, una espacie de kiosco cerrado de dos pisos. Por supuesto están los vendedores de chance, de minutos, de fritangas y de lotería regados por ahí.

En ese parque, un grupo de paramilitares, llegados en 4 camperos desde el Urabá antioqueño comenzaron a disparar indiscriminadamente contra los que estaban allí a las 11 de la noche de hace 20 años, un 11 de noviembre de 1988. Luego bajaron la calle y siguieron dando plomo a todo lo que se movía. En total, en esa noche terrible mataron a 43 personas y quedaron heridas otras 45. Unos años atrás la guerrilla se había tomado otro municipio vecino dejando otro saldo parecido. Y a comienzos de los 90, unos sicarios movilizados en motos atacaron a tiros a mi amigo, el escritor y periodista del diario El Espectador, Julio Daniel Chaparro y su fotógrafo. Ambos murieron mientras se tomaban una gaseosa en una heladería que hay justamente al lado del hotel donde me alojé. La muerte de esos dos comunicadores fue un escándalo que dio la vuelta al mundo. Y nada más, luego el olvido que reaparece cuando uno se encuentra con esta geografía nacional de la memoria. Habían llegado para investigar unas muertes y se encontraron con la de ellos, pero no pudieron contarla.
A las seis de la tarde, el pueblo es un caos de calor, música de carrilera, motos que van a toda velocidad por la calle principal, buses de línea que embisten y frenan como locos. Así llegué al hotel, un espacio que contradecía el mundo real de afuera: el recepcionista me entrega una tarjeta al estilo de un hotel cinco estrellas; la habitación es un bello y discreto espacio con internet inalámbrico, escritorio, excelentes baños y un sistema electrónico que regula, con la tarjeta, cualquier malgasto de luz. Le pregunté quiénes habían construido el hotel y me respondió con orgullo: “empresarios nuestros que quieren comenzar a cambiar la imagen del pueblo”. De igual manera la comida era un placer para los sentidos.

La gente, como el paisaje, es bella, recia y con ideas por una vida mejor. Eso lo supe al otro día cuando comenzamos los talleres de Comunicación y Educación Legal con periodistas y directores de las casas de Justicia del Nordeste antioqueño y el Bajo Cauca. A diferencia del esquema cultural imperante de la minería (el macho que trae plata y vive al día, la mujer incapaz de desarrollar su propia historia y el niño “empresario” en minas de oro), durante los talleres nos encontramos con jóvenes emprendedores, educados, con visión de futuro; con padres de familia apostándole a otra forma de vida y profesores haciéndose preguntas para mejorar la vida sobre la base del derecho.

Vale la pena pensar en estas iniciativas como aportes a la paz y la construcción de nación. Más que elaborar un proyecto aislado, la idea es pensar y construir con las capacidades humanas de cada región.

Se trata de revisar en primera instancia cuál es el grado de credibilidad que tienen las organizaciones y las instituciones, cómo se relacionan entre sí y cual es el grado de confianza que ellas generan. A partir de estos datos recopilados entre todos (los funcionarios municipales que asisten, las emisoras, las ong, los colegios, las casas de justicia, las iglesias, los agricultores, etc.), se comienza a revisar cómo está la región en materia de derechos: a la educación, la salud, el respeto por la infancia, la comunicación, el medioambiente, etc. A partir de estos dos grandes bancos de información comenzamos a hacer un cruce que nos permitirá construir, mediante una metodología participativa, el proyecto comunicativo cultural. Para fines de febrero del año 2009 se espera haber construido y emitido 16 programas radiales en los cinco municipios involucrados, junto con espacios de debate con la comunidad alrededor del tema de los derechos desde las Casas de Justicia y las Alcaldías municipales al mismo tiempo que se debe tener un plan de acción a tres años con la comunidad.

Esta red viene creciendo y multiplicándose de tiempo atrás con diferentes instituciones y en estrategias diversas. En la costa Caribe, Cauca, Boyacá, Nariño, Putumayo, Cundinamarca, Meta y Santander se avanzó en la consolidación de un diagnostico de las radios comunitarias, en Antioquia el enfoque nos habla de alianzas entre las emisoras comunitarias y las Casas de Justicia o Comisarías de Familia. Allí intervienen concejales, secretarios de despacho, abogados de la comisaría, jóvenes, profesores, niños y padres de familia. Los talleres intentan construir una visión amplia de la región y de los derechos; los debates buscan los matices antes que el blanco y el negro definitivo; con el tema de las Casas de Justicia, se quiere llegar a través de programas radiales a que esta sea un espacio de construcción de ciudadanía, de información y mediación antes que un sitio donde solo se llegan a dirimir conflictos avanzados y de difícil resolución. Pero lo importante es que esos programas se están haciendo entre todos los involucrados, es decir la comunidad, dejando a un lado las fórmulas mágicas del algún mago parecido de la nada.

De igual manera es necesario revisar cómo se han construido estas alianzas para que las cosas se estén haciendo como se están haciendo. En primer lugar hay un punto de apoyo desde donde ese mundo comienza a moverse: la Fundación Colombia Multicolor es quien coordina estas iniciativas con aportes del Ministerio de Comunicaciones y la UNAD, para las radios comunitarias. Ahora en el nororiente antioqueño los aportes vienen de USAID y la Universidad Internacional de la Florida (FIU, por sus siglas en inglés). Sobre esa estructura de los donantes y directores académicos, hay una fuerte alianza con organizaciones y entidades en el país y el mundo que trabajan de manera seria y organizada en temas de comunicación y cultura: alcaldías, el Sistema informativo para la Paz (SIPAZ), organizaciones de la sociedad civil, AMARC (Asociación Mundial de Radios Comunitarias), proyectos regionales (como el proyecto de comunicación y paz del Nororiente Antioqueño), colectivos de comunicación y educación (la Escuela audiovisual de Belén de los Andaquies, Montes de María, Raíces Mágicas) artistas, escritores, periodistas, académicos y políticos. Todas estas personas y organizaciones han estado tejiendo una red de trabajos hacia un gran objetivo: comunidades capaces de crear contenidos desde el respeto a su derecho a la comunicación, al debate público y la construcción de una ciudadanía activa.

Más que una estructura hacia arriba o hacia abajo hay cruces horizontales a escala humana, hay trabajo, muchas veces silencioso, pero generoso; hay huellas de historias que van quedando o desapareciendo sobre la superficie de la vida, pero que están allí enviando señales, como escribiría John Berger: “Las huellas no son solo lo que queda cuando algo ha desaparecido, sino que también pueden ser las marcas de un proyecto, de algo que va a revelarse.”

Comentarios:

Ocaña aun no es plenamente protagonista de estas iniciativas post Laboratorio de Paz. Sin embargo consideramos que ya hay propuestas y acercamientos: desde comienzos de este año se han estado construyendo espacios de dialogo con la actual administración; de manera periódica hemos logrado socializar el proyecto RED DE COMUNIDADES DE APRENDIZAJE y su informe final publicado con el nombre de Escuelas para la Vida: del dicho al hecho. El proyecto, hay que decirlo siempre, hace parte de un proceso a gran escala que no se cierra con el informe técnico final con Acción Social y la Unión Europea. De igual manera, participamos con líderes y organizaciones en la formulación del Plan de Desarrollo Municipal y en muchas reuniones en las que la Alcaldía nos ha invitado. Luego del estudio del Plan de Desarrollo Municipal 2008- 2011 y a petición formal del Secretario de Gobierno hemos elaborado un borrador de proyecto enfocado a la construcción de una estrategia de cultura ciudadana donde intervendrían desde los secretarios de despacho hasta los ciudadanos de la calle.

Hace más de dos meses enviamos un primero borrador: La calle, imaginario de la ciudad: Mi cuerpo, tu cuerpo, nuestra ciudad Territorio de paz. Todavía no hay respuesta.
2008 © Benjamín Casadiego