viernes, 14 de agosto de 2009

Adiós al corsario del Rock


- Tienes dos horas para encontrar a Willy Deville y sacarle unas palabras.
- Es muy poco tiempo –objeté espachurrando mi Pielroja sin filtro en el abarrotado cenicero: varias colillas se regaron sobre el escritorio dejando un olor agrio de ceniza vieja en el ambiente.
- Es cuestión de vida o muerte –dijo el director-. En estos momentos pueden estar ocurriendo dos cosas importantes alrededor de Willy…
- ¿Cuáles? –dije poniéndome la gabardina y embutiendo mi libreta en el bolsillo.
- Uno: que puede estar vivo. Y dos: muerto.
- No es nada nuevo –dije saliendo- yo también puedo estar uno: vivo y dos: muerto. Es la vida.
- Sí –dijo el director gritando al tiempo que yo daba el portazo de salida-. ¡Pero tú no eres Willy Deville!

No escuché la retahíla de hujueputazos al techo y al aire enrarecido que salieron desde la gris oficina de redacción y pasaron por el amarillento pasillo donde asomaban huecos de abogados, leguleyos y tinterillos. Una vez afuera encendí otro Pielroja. Un viento frío golpeó mi rostro. Ascendí buscando la Avenida Sao Paulo y me metí en una de las panaderías a comprar un roscón de azúcar, dejé atrás la calle de los restaurantes cantoneses, el olor a comidas callejeras, los cines triple X, los balcones de hierro de antiguas mansiones, hoy inquilinatos de podredumbre, y disfruté el fondo blanco de edificios recortados contra el azul de las montañas, el naranja evanescente del sol moribundo y el ruido intenso, lento del tráfico.


Era estupendo caminar por la ciudad cuando ya estaba atardeciendo: poco a poco todo dejaba de ser un trepidante sonajero y las cosas se alargaban en reflejos de luz que luego se desvanecían transformándose en otros reflejos de sombras y luces, en bombonas amarillas, en charcos metálicos sobre el asfalto hasta el abandono pleno a la noche. Dejé atrás la Estación Central y los músicos callejeros, los almacenes de ropa, la fachada de granito del Teatro Municipal, los zócalos hundidos, hice el atajo esquinero de la centenaria Farmacia Ruiz que me dejaría, cinco cuadras más adelante, en la Sao Paulo con la Diagonal Nicaragua. Caminé tres cuadras de bancos y edificios públicos; el ciego del bandoneón, obeso y deforme, se escurría contra la pared, el sombrero caído y su rostro picado: cantaba “Milonga Sentimental” con voz de gato, el ruido de alguna que otra moneda (no la mía) cayendo en su tarro de galletas Noel; tres metros más adelante un mendigo alargaba su pierna gangrenada sin cantar y sin llorar y ya, en plena Sao Paulo, el golpe seco de un choque entre dos buses de pasajeros. Vidrios saltando en el piso como granizos. Vectores humanos confluyendo en un mismo punto. Otros colores para la tarde.

La ciudad era tranquila a esa hora, todos nos esmerábamos por llegar o por acabar de hacer lo interminable. La Plaza Colón, sus árboles, los vendedores de minutos, los informantes, los estudiantes abrazados, los alcohólicos, drogadictos, prostitutas, las palomas y mi ritual: darle de comer lirios a la enorme iguana que se los tragaba de un golpe, con los ojos cerrados, concentrada como una anciana decente que luego, satisfecha, se subía al árbol más cercano; sentada en el pretil de la fuente, una gitana de rostro largo, me observaba atenta: yo había comenzado mi tránsito en diagonal por la plaza hacia las callejuelas adoquinadas del centro histórico.

- Leo la suerte - me dijo angustiada, estirando la mano para agarrar la mía.
- Primero una pregunta – la paré en seco - ¿Lees mis artículos?
- No… -dijo triste.
- Entonces no puedes leer mi mano.
- ¿Por qué no, señor mío?
- Porque si lees mi mano vas a leer mis artículos, los que escribí y los que todavía no he escrito. Eso me acarrearía dos problemas.
- ¿Cuáles señor mío?
- El primero: que leerías gratis mis anteriores papeles, pero además terminarías cobrándome por leerlos ¿entiendes ahora para qué sirve leer vieja pilluela?
- Y segundo…
- Eso es: Y segundo, que si lees los artículos que no he escrito terminarías escribiendo mi columna diaria y la gente creería que soy yo el que escribo cuando realmente eres tú quien los escribe, copietas.
- Pero tú cobrarías igual, Señor mío.
- ¡Alto ahí! ¡No igual! Cobraría como un jubilado y eso no me va. ¡Los periodistas morimos con la pluma enhiesta! Y luego, ¿sabes qué?
- Qué –imploró la vieja gitana que ya quería huir de mí.
- ¡Que tú te convertirías en mí! ¡Y eso no te lo perdonarían mis lectores!

La gitana se alejó desbocada lanzado de vez en cuando miradas aterradas hacia atrás. Aún así alcancé a gritarle:

- ¿Ya te ubicaste vieja bribona en el exigente e inhumano mercado de la palabra?

La ciudad era una esquina en la tarde que se fundía entre la quietud y el tropel. No tenía la brillantez de la mañana, cuando sus habitantes se adentraban entre tímidos y anhelantes en la incertidumbre del día. Me detuve en el kiosco de los periódicos vespertinos, una noticia pequeñita: “Los cubanos se pueden quedar sin papel higiénico para fin de año”.


La noticia me ayudó a trazar mi estrategia. Decidí ir a buscar a Willy en el café Valdés de la Plaza Botero. Si estaba vivo existía la posibilidad de un 0.1 % de que llegara a ese sitio. Si estaba muerto la probabilidad era del 0%. Si llega, muy bien, si no, era que no convenía. Así es la vida, perfecta como la matemática y sin muchos azares. Pero la que sí tenía que llegar a ese sitio era Luz, la estudiante de periodismo. Ella no estaba muerta: es viva, o por lo menos así la dejé la última vez que se quedó dormida en su cama antes de terminarle de leer uno de mis mejores artículos sobre las palomas de la paz que cagan la cara de nuestros héroes patrios, supongo que era ella: su voz que murmuraba incoherencias pastosas, sus suaves ronquidos, la pelusilla rubia de sus mejillas, el reflejo azuloso de la pantalla del computador en su cara, mis caricias que empezaron a desabrochar su ropa cuando cayó rendida con mis lecturas somníferas, mi truco infalible.

- ¿Qué deseas hoy? – me dijo la muchacha que a veces me sonríe y a veces no.
- Lo de siempre.
- Un expreso doble –dijo para sí misma, sin mirarme, haciendo una señal con marcador en el vaso de cartón rojo- ¿Así?
- Así. Gracias.
- ¿Algo más? – me dijo cuando detuve la larga fila por mirarla.
- No, así está bien.
- Al final de la barra le entregarán su pedido–me dijo con su sonrisa estándar, su voz afectada de azafata-. Que lo disfrutes.
- Por supuesto que sí. Te disfrutaré.



La del café se mira con la otra, rubia y grande, una sonrisa que se pierde en retruécanos de lenguaje no verbal. En el grupo de mesas metálicas y la arquitectura de velero, descubro la mesa señalada, allí está Luz, esperándome desde hace rato. Ella no toma café. Granizado de naranja con torta de zanahoria. El café la deprime.

- Terminó su investigación – le dije a modo de saludo.
- Ya.
- ¿Y qué?
- Nada –dijo Luz-. Cosas sueltas en realidad.
- Cuénteme algo –acabé de sentarme, bebí el café sin azúcar, eché un vistazo casual a las otras mesas.
- Y vos qué pensás hacer con eso –me dijo cruzando las piernas, dejando ver unos músculos firmes y morenos-, ¿uno de tus artículos somníferos?
- Nada de eso, quiero escuchar lo que averiguó -busqué un cigarrillo, lo encendí, aspiré hondo- . Yo no vivo de papeles viejos.
- ¿De qué vivís vos viejo?
- De bellas dormidas.
- ¿Lo decís por mí? – Luz se sonrió satisfecha de noséqué y metió boca y nariz en el granizado de mandarina.
- ¿Qué encontraste en el tour por las ediciones viejas del periódico?
- Encontré cosas que me llamaron la atención, por supuesto –dijo Luz sacando su libretica de apuntes-. Luces a eventos lejanos, ocultamiento a otros locales, sin escamotear nada. La muerte del poeta Guillermo Valencia ocupaba un titular completo y media página de entrada más un cuarto del interior. El editor se imagina cosas…
- Como por ejemplo…
- Como por ejemplo, que la muerte de Valencia es llorada por todo el continente.
- Vea pues, pero comencemos por el principio…
- El principio es el 6 de febrero de 1912.
- ¿Qué hay allí?
- No hay nada…
- ¿Cómo así?
- No hay noticias, puros anuncios publicitarios; hay uno muy grande que ocupa el centro: Miguel Vásquez e hijos. Almacén de ferretería y para mineros. Tienen un surtido disponible en artículos de primera calidad. Dos años después aparece la primera guerra mundial: “La confrontación europea. Génesis de la actual guerra.” A la muerte del poeta José Eustacio Rivera le dedican 10 líneas, pero más abajo el suceso es remarcado con un titular a tres columnas, sin embargo debajo del titular está el cuerpo de otra noticia. Pareciera que los diagramadores pensaran el periódico mientras lo montaban. El final de la guerra contra Perú es ilustrada con caricaturas referentes a Olaya Herrera, Urdaneta y Valencia. Luego ocurre algo raro.
- ¿Qué cosa?
- El titular a seis columnas dice: “Interesantes gráficas de la tragedia ocasionada en el campo de aviación de la ciudad” Abajo dice: “Laureano Gómez llega hoy”. ¿Sabe a qué se refiere todo eso?
- Eso de interesante… Deme una pista.
- Ya se la di.
- Otra.
- Es el año 1935 y en una esquina se lee: “En Buenos Aires y en Nueva York causó gran sensación la tragedia”.
- ¿La muerte de Gardel?
- Adivinó. Pero el lector tiene que ser un mago para entender que es la muerte de Gardel porque en todo el periódico solo se menciona una vez, la prioridad es la tragedia de aviación y el resto de muertos, de hecho dice en otro lugar: “En todas las ciudades se decretó luto por la terrible catástrofe”.
- Eso es respeto por todas las victimas, vea usted.
- O descuido de los diagramadores… Años después aparece el ejemplo de una noticia que se va desarrollando en la misma página. Como en internet.
- Cuénteme eso.
- Sí, una noticia que uno la ve evolucionar a medida que baja la mirada por la primera página, “En estado pre agónico el ex presidente Carlos E. Restrepo” y una línea más abajo dice: “Falleció a las 4 el Dr. Restrepo”. Y ya en la parte final de la página, abarrotada de anuncios comerciales: “Todo el país conmocionado”.
- Conmocionado, era la palabra de moda.
- Es aun la palabra de moda. En noticias RCN usted la escucha a menudo. El cubrimiento de la Segunda Guerra Mundial es aparatoso. Por ejemplo este titular del 17 de junio de 1941: “Francia se rindió INCONDICIONALMENTE a Los Alemanes!!”; en 1944 se lee: “París se liberó a sí mismo”. Aquí tengo este dato que es de más atrás solo que soy un poco desordenada con mis fichas, en 1940 este titular apeñuscado en medio de la página: “Alemania prepara el ataque a Inglaterra. Tratará de ocupar a Islandia desde los puertos de Noruega”.
- Las estrategias eran trasmitidas como un juego de ajedrez o un partido de fútbol -dije yo.
- Así es. En el 36, debe saberlo, el periódico fue asaltado e incendiado.
- Sí.
- La llegada al gobierno de Laureano Gómez y su frase: “Pido a Dios que me de fuerzas para poder responder por tan grande responsabilidad”. Muchos años después, a fines de los 80, aparecen otras muertes que no están en los tamaños a que nos acostumbramos: Pardo Leal, Jaramillo, Guillermo Cano, Pizano, aparecen pero no como un grito, sino como un susurro. Y en fin, otras cosas: ese deseo inmenso por ser internacionales y grandes hasta en las tragedias: la foto muestra un edificio semidestruido y el gran titular: Somos la Beirut de América. ¿Qué mirás viejo?
- No, nada. Siga.
- En resumen es eso: luces y sombras, manejadas por una tramoya ideológica.
- Pues nada nuevo –dije yo decepcionado lanzando una bocanada en forma de circulo que recorrió ingrávida todo el café-. No alcanza ni para que un lector se duerma.
.
Jirones de reflejos, hojas de vidrio, flujo y reflujo sin fin de personas, de todas ellas detengo la mirada en el que tiene que ser, para algo tenemos ojos selectivos: un hombre, de cabello largo y liso, largas zancadas, pantalones negros y chaqueta negra con camisa blanca. La bocanada circular fue a detenerse sobre su cabeza y lo siguió hasta que encontró su mesa, su silla y su café. Alguien, una mujer lo esperaba.

- ¿Aquél santo no es Billy? – le digo a Luz estirándome un poco.
- ¿En qué mundo andamos? –dijo Luz abriendo sus ojazos- Billy murió esta tarde.
- ¿Y quién es ese entonces? –dije restándole importancia a ese asomo tribal juvenil.
- Su doble, por Dios, está cerrando unos compromisos que Billy adquirió antes de morir: entrevistas, donaciones que debía recibir, etc. Nada que ver con conciertos porque el gran Billy no tenía dobles. Era el último de los auténticos, no tenía correo electrónico, celular, ni se dirigía a sus fans por medio del twitter, ahora que todos vivimos tuitiándonos.
- Tuteándonos querrás decir.
- Eso de tutear es de ustedes los de la vieja guardia, para nosotros es tuitiar viejo. Ponete al día, ¿sí?…
- Pero dices que Willy ni siquiera tenía correo y así les gustaba. El poder de los viejos…
- Por favor no te comparés. Vos no sos Willy.

De pronto miro a la mujer que lo esperaba desde hacía rato como una cita concertada con el tiempo: larga, flácida y ajada, tal cual un dibujo azul de Picasso. Estaba sentada a su lado, pero la silla quedaba frente a mí, así que mientras leía la mano que le extendía el doble, ella podía mirarme. Después miré bien y ella dejó ver su suave sonrisa de victoria alada. La sangre dio tumbos como un torrente helado. En algún lugar escuché la Rapsodia en Azul, cruzándose con las espesas campanadas de la catedral y la sirena de una ambulancia.

- ¡Aquél soy yo! –grité al fin- ¡Y aquella es…!
- ¿Qué pasa hombre? –dijo Luz.
- ¡El doble de Willy soy yo!
- Y éste… ¿se la fumó verde o qué?

Dejé a Luz con su lógica barata y me fui tambaleando hacia donde estaba mi doble.

- ¿Qué haces, vieja bribona? – le espeté a la gitana - ¿Qué lees en mi mano?
- Ya llamé al director del periódico –respondió impávida.
- ¿Qué le dijiste impostora?
- Le dicté las palabras del gran Willy que mañana saldrán en primera plana.
- ¿Y qué dijo el tal Willy?
- Me dijo esto, perdón, te dijo esto: "Si supiera cómo va a ser un concierto me aburriría antes de salir. Sería como saber quién va a ganar una pelea callejera”.
- ¡No! –grité desolado- ¡Es la frase perfecta y yo no estaba allí!

Se rió a pedazos, como un muñeco antiguo, mostrando su boca profunda y mellada.

- ¿Sabes lo que me dijo tu jefe?

Sus palabras eran una risa convulsa y grotesca:

- El director me dijo: “Eres grande Gómez, perdona mis indelicadezas de esta tarde, a veces me acelero, pero eres grande. ¡Qué palabras las que le sacaste al gran Willy!”

Era grandioso, ella era grandiosa. Dejé el café aterrado mirando hacia atrás, tropezándome con mesas y bebedores de café (una torta de chocolate rodó por el suelo) y caminé como sonámbulo por la ciudad, pateé los humeantes canecos vacíos que les servían a los vagabundos para abrigarse, escuché sus maldiciones pastosas, recorrí las calles que se volvieron desiertas con el paso de las horas, miré de reojo las enormes vitrinas con los inquietantes maniquíes que en la soledad provocan pavor; en una esquina, entre vendedores de café y morcilla, estaba la edición matinal del periódico con el titular que ella redactó. Leí la noticia. Lo normal, nada había cambiado: era yo el que escribía. Caminé a casa a descansar, a esconderme de la ciudad, pero antes de entrar me asomé por la ventana de mi habitación.

Lo imaginé, soy un periodista de los buenos, de esos que puede ver los matices y las ramificaciones de las historias mientras se las cuentan. Soy de los últimos que quedan así en la ciudad. Por eso lo supe desde antes de llegar a casa, pero igual me asomé. Allí estaba ella, recién bañada, desayunando con frutas, al lado un café: peinaba lentamente su larga cabellera de gitana y cantaba una antigua y triste canción romaní; la pantalla del computador daba un aire azuloso a su rostro tranquilo. La esperaba, tal vez, un día agitado en noticias.

- Esa soy yo – me dije aplastando contra el piso el último de mis Pielroja sin filtro–; y este soy yo: el lector de ella. Estrujé la cajetilla y la tiré a un cubo. ¿Para dónde ir ahora? No hay mundo más allá de una noticia en papel periódico. De repente me entraron ganas de leer las manos de los transeúntes que pasaban deprisa por mi lado como un desfile interminable de muñecos grises, todos leyendo la primera página sin mirar a los lados.

El sol de la mañana se estiraba en jirones por la calle.
.
Benjamin Casadiego © 2009

domingo, 9 de agosto de 2009

Escuela, comunidad y niños en el Medio


6 recomendaciones para una experiencia de comunicación escolar en medio del conflicto desde el proyecto CISP-OIM en Norte de Santander y Arauca.

Recinto Quirama, Rio Negro Antioquia, Julio 27 al 31 de 2009.

Benjamín Casadiego, proyecto CISP-OIM

Contexto para el ejercicio

Del 27 al 31 de julio de 2009 se realizó la 8ª versión de OUR MEDIA/ NUESTROS MEDIOS. El evento tenía 4 grandes temas: 1 Medios ciudadanos y conflicto; 2 Comparando los medios alternativos: problemas teóricos y metodológicos; 3 Imágenes indígenas… Historias de identidades; 4 Experiencias internacionales en narraciones digitales para el cambio social.

Durante una semana, comunicadores, investigadores, académicos y educadores de Colombia y el mundo debatieron, mostraron experiencias, documentales, libros, revistas, ideas en varios idiomas y en una hermosa hacienda del siglo XVIII convertida hoy en hotel escondido en las montañas.

El ejercicio inaugural de la semana estaba ubicado en la mesa “Medios ciudadanos y conflicto armado. Las lecciones aprendidas en Colombia” e invitaba a que cada panelista desarrollara 6 propuestas para que una experiencia de comunicación pudiera desarrollarse en Afganistán con base en la experiencia colombiana. Posteriormente intervino el grupo de invitados internacionales.

En esa perspectiva el proyecto CISP-OIM en Norte de Santander y Arauca, desde la experiencia en campo y en los debates internos, ha generado aprendizajes que aquí se insertan como elementos, más de debate que de recetas finales, entendiendo que las recetas se dejan a un lado una vez se comienza a realizar el plato.



Escuela, comunidad y niños en el medio

En espacios de riesgo y conflicto entendemos que un medio es comunitario porque es escolar: la escuela es sitio de reuniones, es confianza local, es respeto.

Históricamente la escuela ha desarrollado en su interior una compleja estructura jerárquica donde el estudiante es una maquina imperfecta que debe ensamblarse para entrar en sociedad como resultado final. Esta dinámica “margina” de alguna manera la experiencia comunicativa vital de la comunidad de niños y jóvenes.

De pura casualidad escucharemos hablar de tareas y lecciones a un grupo de niños o adolescentes reunidos en los pasadizos de las escuelas o en las esquinas del barrio: en esos corrillos se están tejiendo redes que nacen de la escuela pero que crecen al margen de ella. Desde esa perspectiva, el hecho de que los estudiantes se dediquen a crear una red interactiva es un reflejo de lo que Habermas ha llamado Interés cognitivo práctico. Por “práctico”, Habermas entiende que los supuestos de tal conocimiento no están relacionados directamente con la acción instrumental (lo que se aprende en el salón de clase) tal y como es definida por los supuestos del conocimiento, sino más bien enfocados hacia la creación y clasificación de significados, la consecución de comunicación y la producción resultante de lazos colectivos y mutuos entre los individuos de una comunidad que comparten sistemas de creencias. Los intereses prácticos conciernen al conocimiento que surge de la interacción colectiva y al conocimiento que le precede y que constituye su base.

La semilla de la comunicación escolar crece en ese intersticio. Por eso la importancia de los medios escolares en contextos no formales: porque ellos recogen esos espacios e intereses prácticos, "ablandan" la estructura jerárquica y propician un cruce más fluido entre el espacio comunitario y el escolar.


¿Cómo se realiza ese cruce comunidad-escuela?

De muchas formas, por ejemplo: Cuando un medio comunitario basado en la escuela piensa otros espacios de comunicación, cuando se piensa en los saberes intergeneracionales, cuando viejos y niños comienzan a preguntarse mutuamente, cuando esas "pequeñas" tomas de decisiones (escoger tal foto, priorizar tal toma, tal escenario, decidir tal texto entre todos padres y niños) nos abren las ventanas de la participación y la democracia no como algo abstracto sino como eso: algo práctico que nos lleva a un resultado entre todos.



Nuestras seis recomendaciones:

Siguiendo la dinámica del ejercicio, hemos estructurado estas seis propuestas o recomendaciones para que una experiencia de comunicación pueda insertarse en escuelas en situación de conflicto:

• Debe ser una iniciativa de educación no formal, es decir que esté dentro del aula pero cuya producción se de en tiempos extraescolares.

• La experiencia de comunicación debe ser transversal al aula. Es decir, sus contenidos deben conectar la experiencia cultural viva del barrio, de la casa, de las horas extraescolares con los formatos de educación formal. Al mismo tiempo debe tener un cruce con otras disciplinas de la misma escuela: lenguas, ciencia, investigación.

• Los contenidos. Los dueños de esa información es la comunidad educativa y es allí donde primero tiene que difundirse, esto no indica que luego otras comunidades se retroalimenten con esos contenidos, pero la comunidad productora debe saberlo y consentirlo. ( aporte de Libardo Benavides)

• Ubicación y administración. Por supuesto, la experiencia debe estar ubicada en la escuela (centro de confianza de la comunidad) con administración equitativa entre los niños, los profesores y los padres de familia, con igualdad de condiciones para decidir contenidos, talleres y horarios de trabajo. Esto significa al mismo tiempo una apuesta participativa. En una experiencia de comunicación deben participar los padres de familia, los profesores, el vecindario y los niños, todo ese grupo conforma lo que se entiende por comunidad educativa.

• Respeto por los contenidos. Tiene que haber un proceso pedagógico que apoye la creación de contenidos desde la memoria, los juegos, la cocina, los rituales de comunicación, etc. Esto no significa banalizar o evadir el conflicto, significa elevar al individuo hacia experiencias vitales que lo convoquen como ser humano creativo. Muchas experiencias de comunicación para la paz se regodean con el conflicto y terminan reproduciendo la historia íntima del conflicto. Deben apoyarse iniciativas donde los individuos de la escuela sean sujetos de derecho y no seres marginales aplastados por el conflicto.

• Neutralidad. La escuela está ubicada en espacios de riesgo debido a la presencia de grupos armados organizados, esto marca líneas en cuanto a los contenidos: es importante dejar en claro a través de los contenidos y los talleres esa condición de neutrales. Esto no sugiere un mensaje conformista hacia el desconocimiento, la búsqueda de la verdad y reconocimiento de la memoria, todo lo contrario: implica una mirada compleja de la realidad, una búsqueda equilibrada hacia la verdad.


Comentarios:

1. La primera de nuestras 6 condiciones es que la experiencia de comunicación debe tener una perspectiva desde lo no formal. Esto implica un reto que es casi un retruécano: ¿Cómo formalizar lo no formal en la escuela? Esto parece ser definitivo y hace parte de nuestras preguntas actuales. Para que las cosas funciones debe haber un sentido de apropiación plena de la escuela hacia el ejercicio no formal, para ello hay que crear alianzas sólidas y verdaderas, nacidas de la necesidad, entre las directivas de la escuela y las organizaciones que llegan a implementar experiencias no formales. Esto implica un sistema de evaluación y seguimiento conjunto y unas metas construidas entre ambos.



2. Me preocupa la poca presencia que tiene la escuela en estos eventos de comunicación.

3. Llama la atención en la conferencia OUR MEDIA esa marginalidad de los contenidos en los jóvenes. Pero también la uniformidad: todos, desde Nueva York a Bangladesh y Bogotá están unidos por el Hip Hop. Esa marginalidad, para mi gusto, está atrasando la inclusión de los jóvenes marginados en el mundo de la vida real: la política, los debates de la democracia, la toma de decisiones, la participación. Es como si hubiera una aceptación de lo marginal que está sacando dividendos en investigación pero que en el fondo mantiene a buena parte de nuestra sociedad al margen de las decisiones diarias que construyen nación. “Me pregunto qué estamos esperando para crecer, ya tenemos todos cierta edad.” Michele Monina, ESTA VEZ EL FUEGO.

4. Robert Everhart, Leer, escribir y resistir: “¿Y si fuéramos capaces de tratar a los adolescentes como personas responsables, con un sistema de conocimiento que no fuera considerado inferior al de los adultos, sino diferente? ¿Y si nuestros procedimientos de socialización formalizada no estuvieran basados exclusivamente en intereses tecnológicos, como en la mayoría de las sociedades modernas, sino orientados hacia una competencia trascendente en la que los individuos fueran más capaces de crear historia, al aprender críticamente a examinar su lugar en ella? ¿Y si pudiéramos ritualizar competencias tales como la manipulación de las habilidades básicas, pidiendo a los estudiantes que pusieran esas habilidades a trabajar colectivamente en su comunidad y llegasen a comprender ese proceso de ritualización? (Ésas son, tal vez, las funciones aplicadas y los ceremoniales de la “peregrinación” australiana, o el aualuma y el aumanga de los poblados somoanos, donde los adolescentes están formalmente integrados a la estructura política del poblado). Nuestras escuelas, al mantener a los adolescentes en un estado dependiente durante largo tiempo, difícilmente pueden constituir una preparación adecuada para la vida independiente y asertiva que nuestra cultura ha idealizado.”



5. Cuando los indígenas del Cauca muestran sus documentales y dicen: “a nosotros no nos interesan las estéticas del hombre blanco sino decir las cosas como las vemos”. Uno queda con la pregunta sobre la forma: ¿la cuestión está en arrancar emociones y aplausos o generar reflexión para la construcción de una sociedad multicultural? El asunto es que al decir “no nos interesan sus estéticas dominantes”, estamos cerrando puertas a la comunicación. Sea cual sea el camino, tendremos que encontrarnos desde las estéticas.

6. Las experiencias locales y nacionales funcionan solo como referente a tener en cuenta. El primer ejercicio que estaba dirigido a especialistas en comunicación y educación de varios países deja claro que el contexto allá es bien diferente y que los conflictos no se parecen por más que tengan los mismos componentes: horror, destrucción, muerte, desarraigo, violación de los derechos fundamentales, inequidad, raíces históricas complejas. Según las cifras que se dieron en la mesa en Afganistán hay 2 millones de niños sin educación y la guerra es total. Pero también queda claro que los encuentros se van por lo similar: la creatividad, la alegría, las formas de comunicación, eso que de alguna forma resume Eduardo Galeano: "Son cosas chiquitas. No acaban con la pobreza, pero quizás desencadenen la alegría de hacer, y la traduzcan en actos. Y al fin y al cabo, actuar sobre la realidad y cambiarla, aunque sea un poquito, es la única manera de probar que la realidad es transformable".



7. Me llamó la atención lo que dijo Benjamin Ferrón (Francia) en una de las mesas: “Cada conflicto es el fruto de una interpretación”. En otro momento desarrollaré este tema basándome en una conversación que tuve con él durante el evento y unos apuntes míos sobre la guerra en Ruanda.

8. Esto lo dijo Alirio González: “La guerra es un desconocimiento de lo cotidiano” También hablé con él sobre esto. Sus ideas, con entrevista, la incorporé desde el año pasado en un libro que estoy escribiendo sobre el tema.

9. Esto que dijo Clemencia Rodríguez, quien fue relatora de mesa y la mujer que nos invitó desde el Departamento de Comunicaciones de la Universidad de Oklahoma: “Aquí no va a pasar nada que no hagamos nosotros”, refiriéndose a lo que es OUR MEDIA, pero un poco más allá a la responsabilidad nuestra como educadores y comunicadores. Como ciudadanos.

10. Esto que dijo Amparo Cadavid: “Los proyectos comunicativos comunitarios y escolares no apuntan necesariamente a la formación de comunicadores”.

Benjamin Casadiego es responsable pedagógico del proyecto CISP-OIM en Norte de Santander.
Fotografías: taller en Tibú con los niños del Colegio Camilo Torres.

domingo, 2 de agosto de 2009

El hombre que hacía obituarios

Para Alirio y Natalia: sus imágenes, su alegría

- Aquél es, mírelo bien– me dijo el joven editor cultural del periódico.

Llevaba rato señalando hacia un costado del restaurante. Al final de esa extensión invisible de su dedo reposaba un hombre delgado de aspecto eternamente joven: cabello rizado, ojos cansados y gesto vivo. Bebía una cerveza Águila a pico de botella. Miré de nuevo el dedo señalador de Jose y relativicé su impertinencia. Jose es la nueva adquisición del periódico y sus críticas despiertan odio y amor dentro de un amplio grupo de artistas. Esas imbecilidades venden. De esas imbecilidades vivimos en el medio.

- Lo voy a entrevistar tan pronto acaben de desfilar ese grupo de aspirantes.
- ¿Qué hace el tipo?
- ¿No lo sabe, don Michín? Eh, eh…

¿Qué se comió este pendejo hoy? Esa arrogancia prefiero pasarla de lado como el olor del camión de la basura cuando pasa: necesario, pero de lejos. Hediondos.

- Hombre don Michín, ese es Alirio el director de cine que está destrozando los gastados esquemas del cine mundial.
- ¡Tantos directores que se pasan por aquí! Y ahora me viene a restregar a este recién aparecido.
- Es que éste… - Jose tartamudeó patético- …es-el-que-hace-cine en tiempo real, como el abreviado arte de chatear. Precisamente allí está haciendo el casting para las historias, don Michín.

Y dale con don Michín, qué irrespeto viniendo de alguien que ni siquiera tiene en su nombre la respetable tilde en la e. Pero si por lo menos este petimetre fuera original. Hombre, si en el periódico todos los colegas sabemos de qué diario extranjero copió su pegajosa columna: “Cultura y nación del Yo”.

- Precisamente esta noche estrena su última película –dijo Jose-. Nadie sabe su nombre, nadie sabe la trama. ¡Es una sorpresa en vivo! Como un chat, sin guión pero con texto escrito en el instante. Y olvidado en el instante. ¿Para qué más?

Una venerable dama de origen asiático llegó danzando discretamente hacia donde estaba Alirio. Desde la entrada venía desplegando la danza más dulce y simple que estos ojos hayan visto jamás. Lucía un vestido floreado pero discreto y dijo en un hermosísimo inglés: “Animate and inanimate world, the cosmos including ancestors.”

Pensé en mi mamá, en los ancestros, en la belleza de lo simple, en lo auténtico. ¡Cómo hubiera querido abrazarla en esos momentos! ¡Qué distancia tan cercana tendría la soledad!

- A propósito don Michín, hace rato que no leo sus obituarios…
- ¿No?

Yo bebía una taza de café, miraba la señora que ahora se levantaba en su suave danza y se iba evadiendo mesas en su paz espiritual, afuera estaba la oscuridad que lentamente había llegado al restaurante.

- No, hace rato no lo leo.
- ¿Eres lector de mis obituarios? Vaya…




Un rato después había llegado a la mesa de Alirio una mujer de pelo rubio. Sacó un cigarrillo de su cajetilla de Gitanes. Lo miró fijamente y dijo: “Comenzamos a subir la montaña a las dos de la mañana, había una especie de escalones que a través de los años, dos mil años diga usted, se habían hecho resbaladizos de tanto uso, lo que dificultaba el ascenso. Todo ocurría en silencio, apenas escuchábamos nuestros jadeos, tres horas después llegamos a la cima: el amanecer rompía en el infinito paisaje que teníamos a nuestros pies, los colores espléndidos, el sol sin aparecer pero allí, oculto como un actor largamente esperado, la península del Sinaí al fondo, nuestro silencio reverencial, sobrecogido. Entonces…” El humo azuloso, la cajetilla blanca y dorada, la expresión emocionada, silenciosa de ella mirándolo a él, la cerveza de ella, la barbilla descansando sobre la mano, los ojos cansados de él, los ojos claros, vivos de ella viendo en ese momento la península del Sinaí desde el monte donde Moisés… “Entonces alguien tomó una foto y el ruido del clic retumbó a lo largo de esa llanura”.

- Don Michin, a veces quisiera entrevistarlo a usted para mi página cultural, ¿se le apunta?
- ¿Y qué preguntarías periodista imberbe?
- Le preguntaría algo que todos sus lectores quisieran preguntarle pero no lo hacen por físico miedo.

La mujer se fue con una sonrisa intensa entre la esperanza y la tristeza infinita, una sonrisa por momentos ajada con las luces del restaurante, una sonrisa que se fue haciendo intensa pero sin matices a medida que fue entrando en los límites de la oscuridad de esa centenaria hacienda colonial donde la esperaban un grupo de amigos que celebraban. El mesero, un hombre corpulento, con los ojos caídos de buey triste, se acercó a la mesa de Alirio con otra Águila.

Al rato llegó a su mesa un hombre bajito, corpulento, barrigón, tez morena y de moño tejido de canas rudas. Se sentó frente a Alirio. Abrió el computador y dijo: “Verá usted, en el pueblo de Papantla se celebra anualmente el ritual de los voladores de Papantla, donde 4 personas amarradas a una larga viga dan, cada uno de ellos, un total de trece vueltas que multiplicado por cuatro suma 52 lo que nos remite al número de años del calendario ritual azteca. En el extremo de la viga hay un hombre tocando una flauta que se contorsiona sin perder el equilibrio, lo que sería fatal a una altura de, diga usted, un edificio de tres pisos. Los hombres voladores se llaman Quetzales y yo, mientras admiraba el espectáculo, me dediqué a beber Yolixpa, una fuerte bebida de origen nahua, hecha a base de flores y matas medicinales destiladas por años. No es que uno se emborrache como con el Whisky, la sensación es otra, ¿sabe?, uno siente que el corazón se abre a la vida, de hecho no es casual pues Yolixpa quiere decir en lengua nahual, abre tu corazón. Cada cosa tiene su contexto y su coherencia: el tronco se corta en un ritual de purificación que dura varias noches. Pues bien, yo con varios Yolixpas encima me dediqué a tomar fotos de ese soberbio espectáculo que estaban ofreciendo esos grandiosos quetzales. El cielo era de un azul intenso y el sol bajaba sin golpearnos. Todo era una armonía perfecta, una emoción que uno desea en la vida y en la muerte. Y el asunto quedó allí, en la tarde me monté en un bus escalera y lentamente llegué hasta mi pueblo, a mi casa. Pero vea usted que las cosas no llegan hasta donde uno cree que ha cerrado algo en una anécdota. Un día mi mujer hurgando en el computador encontró las fotos y descubrió unas formas alargadas, como capsulitas blancas que resaltaban sobre el limpio azul del cielo. Mi mujer, intrigada, amplió y amplió la imagen hasta que todo quedó claro: eran ovnis. Varios, estaban observando el ritual. Mírelos, aquí están.”

- ¿Qué sería eso joven imb?
- Le preguntaría.

El hombre se puso al lado de Alirio para mostrarle las fotos en el computador: señalaba la pantalla y miraba a su interlocutor. Luego, cuando el tiempo de hablar y señalar llegó a su límite, cerró el portátil y salió.

- Le preguntaría, no sé.



Un rato después, otro hombre calvo, largo y con suaves vestimentas se acercó a la mesa y dijo con voz clara y pausada: “Yo nací en un pueblo que ahora yace bajo las aguas de un lago. A veces imagino las calles, mi casa, el patio, la escuela, la iglesia, las huertas debajo de agua cruzada por peces, todo allí en perpetua ondulación y reflejo de colores. Al principio soñaba con algunas esquinas, calles, montañas y huertas donde transcurrió mi infancia, la ventana donde vi mi primer amor, la habitación aquella. Después supe que no era yo solo el que soñaba sino todo el pueblo a la orilla del otro pueblo sumergido el que soñaba el pueblo, como se sueña con un amante perdido. A veces me pregunto si estoy viviendo en el pueblo de la orilla o si estoy viviendo en el pueblo sumergido que sueña con hombres y mujeres que lloran la memoria perdida solo porque el país necesitaba energía eléctrica para las fábricas”. Dijo eso y salió sin más palabras, sin despedidas como un monje tibetano, largo, ascético, bello. Alirio había quedado solo.

- ¿Qué me preguntarías joven imb?
- Le preguntaría: ¿Por qué las personas mueren justo el día en que sale el obituario que usted redacta con certera, florida y lacrimógena pluma?
- Le faltó decir aplaudida, joven imb. Pero le respondo a su pobre inquisición: porque todos tenemos que morir, la palabra, el verbo, el logos antecede la acción.

Me turbé con mi respuesta. Me turbé porque pensé en mi muerte: Yo también tendré que morir algún día.

- ¿Quién será el próximo muerto?
- Usted no lo será, eso téngalo por seguro. No me mancharía las manos de tinta con su miserable muerte. Y por favor déjeme a solas.
- ¿Se dedicará a pensar en su próximo obituario?
- Tal vez sí o tal vez no, la vida es larga.
- Discúlpeme si lo ofendí -dijo el joven imb con cara de banal arrepentimiento-, no haga caso de todo lo que dije, de mi impertinencia, de mi arrogancia, somos colegas y eso es lo que vale.

Fue hacia la mesa de Alirio al tiempo que llegaba el mesero de mirada degollada y cuello grueso embutido en un traje de corte con otra Águila, seguido de una muchacha bajita que dejaba en la mesa un plato con lomo de cerdo en salsa agridulce con pimentón, pepino y cebolla. Alirio hizo a un lado la cerveza y la emprendió de manera limpia y concentrada con el plato, y al final, cuando estaba a punto de agarrar la servilleta, me miró por primera vez y apartó con la mano a Jose y su grabadora digital. Entonces él y yo quedamos solos en el recinto, afuera la noche era plena. La mesera acabó de recoger los platos, en los pasillos y patios internos se escuchaba música y carcajadas. Alirio bebía su Águila y me miraba, me construía en su mente, buscaba en su imaginario el origen de ese interés súbito por mi presencia allí. De pronto hizo un encuadre entre sus dedos pulgar e índice, realizó un paneo que recorrió lentamente el restaurante, las ventanas con los gajos de mango matasanos hundidos en la oscuridad, los arreglos florales multicolores, las cinco mesas de frente, las dos del medio, la barra y terminó suavemente en mi mirada que lo miraba a él.

Cuando el paneo terminó en lo que, supongo, era un plano cerrado de mi rostro, sentí un resquebrajamiento mezclado con un sonido gelatinoso que recorrió todo mi cuerpo.




Me levanté de mi mesa y salí con ganas de vomitar, de votar ese yo que no era yo, pasé por las mesas abarrotadas de contertulios bulliciosos que celebraban la noche en varios idiomas, pasé por el jardín de las azaleas, crucé el patio de piedras y ladrillos, me adentré en salones con pianos y muebles del siglo XIX, crucé una pared adornada con originales a lápiz de Rendón, el que diseñó el indio de Cigarrillos Pielroja, crucé el zaguán y salí al descampado, al patio de grava, busque la fuente, intenté vomitar y expulsé solo gesto y palabras, a mi espalda sentía la mirada, los dedos encuadrados de Alirio que enfocaban mi vómito imposible, caí al suelo, arriba el cielo era azul oscuro incendiado de estrellas, un avión lejano pasó dejando una estela de luz, me incorporé, caminé hacia los pabellones donde estaban las habitaciones de la hacienda hotel, atravesé la oscuridad, pase por una pequeña sala, subí los escalones de madera sin dejar se sentir que me enfocaban en un travelling y en plano continuo desde que estábamos en el restaurante. Ese es el nuevo cine, me dije con rabia, efímero como el tiempo y la vida. Logré abrir la puerta luego de varios giros erráticos a izquierda y derecha y entré dándole una patada a la puerta para cerrarla.

En mi cama estaba el computador, todo era cuestión de segundos, todo dependía del tiempo en que el computador se iniciara y yo pudiera comenzar a escribir el obituario de Alirio que enviaría por internet al periódico. Al fin tenía ante mi la infinita página blanca de Word y comencé a escribir: “Una estrella en el firmamento. Sentido y emotivo. Así se podrá recordar al hombre que transformó nuestra idea del cine, el artista legendario. Fuentes de su familia dijeron que sufría de un problema de…”

No escuché cuando la puerta se abrió, lo sentí tras la puerta cancel, afuera los vidrios estaban empañados por el rocío del amanecer, jamás pensé que instantes antes de mi muerte fuera a fijarme en ese detalle.

- Antes fue hoy que mañana –dijo Alirio apuntándome con su encuadre digital- Uno no se muere la víspera, pero hoy con vos ya se acabó, no pudiste terminar tu último obituario.

Estábamos frente a frente, hacia rato que yo no hacía un obituario y él había encontrado el motivo de su película imposible: “El hombre que hacía obituarios”. Para terminar mi obra solo faltaba poner el nombre del muerto. Sentí, sin horror, como mi imagen se iba oscureciendo en un fundido imaginado por el mismo Alirio, descubrí mi historia en un descenso en ascensor. Me vi al interior de una mina, tal vez, o del infierno en versión libre, la sensación era como la de estar en un huevo gigante, rodeado de sal por todas partes, 40 kilómetros de corredores. Túneles oscuros que desembocan en galerías inmensas convertidas en salas de cine, espacios naturales en la penumbra. Una pantalla por aquí, una caja de luz por allá, un letrero Timeless Territories (Territorios Eternos), escuché los aplausos del público desde la ventana de mi ascensor que era la pantalla blanca oscureciéndose en el infinito, en eso en lo que me había convertido quizás hacía unos pocos segundos o tal vez hacía horas, porque los tiempos del cine son diferentes al de la muerte y así duré hasta que todo se oscureció a mi alrededor, incluyéndome yo mismo, convertido en haz de pixeles. En el fondo seguía escuchando los aplausos; imaginé la salida triunfal de Alirio al escenario con los brazos en alto. Esa hubiera sido una muerte hermosa con un bello obituario: el hombre que murió en la plenitud de su obra.

- El sol es nuestro enemigo –escuché que dijo Alirio al público-. No me gusta la luz a la altura de los ojos, no me gusta la luz cenital. Sigo mi gramática de luz y eso es muy difícil que cambie. Me gusta que la mentira parezca verdad.

Por supuesto que imaginé a Jose buscando sus palabras para la redacción de su fútil columna. No tuve envidia de la gente que celebraba la película. Solo sentí rabia de que la oscuridad del último fundido en negro no me hubiera dejado ver las estrellas que seguramente brillaban tras la ventana de mi cuarto. Alguien se rio, pero luego se arrepintió de haberse reído. Pensé que quedaban pocos refugios donde reinara tanta tranquilidad... Este era uno de ellos: ya no se escuchaban los aplausos.

Benjamin Casadiego © 2009