domingo, 5 de julio de 2009

Diálogos sobre Dios y el Diablo


Diálogos sobre Dios y el Diablo

Las escuelas vacías son perturbadoras. Durante las vacaciones escolares puede ocurrir cualquier cosa en su interior. Si quieren un consejo lo digo sin tapujos: mejor no entren. Puede llegar a ser la más prudente de las decisiones.

Tengo razones para decirlo: soy un investigador juicioso de los tiempos y los espacios escolares pero, como mal cristiano, he cometido errores. Una tarde de estas cometí la imprudencia de adentrarme en una escuela en plenas vacaciones de mitad de año. El vacío del patio se sentía como una prolongación cuadriculada del cosmos, el viento hacía golpear las puertas con un eco profundo, voces huecas reptaban por los salones desiertos, los tableros dejaban ver las sombras pálidas, ocultas, de lo que algún día, en tiempo de clase, fue la geometría, la matemática y la gramática: se adivinaba una pugna interna por tratar de reacomodar sus fórmulas maltratadas, gritadas, injuriadas, transformadas y calumniadas por miles de niños y profesores.

Bajo la sombra del mango un pequeño, sentado en el piso, acomodaba las fichas de un dominó. No demostraba más de 6 años y, con un gesto admonitorio, me invitó a jugar con él. Tenía la expresión vital y aguda de una lagartija. Acomodó el juego y contó. Me dijo: 5 para usted, pero me entregó 15, y apartó 15 para él, pero contó 30. En silencio comenzamos la partida.

- El que tenga la ficha más alta inicia -dije yo inútilmente pues el pequeño inocente ya había puesto sobre la mesa el doble uno.

De suerte encontré un 6-1 y puse el uno al lado del uno.

- No - me corrigió a tiempo-, el 6 va con el 1. ¿Usted no sabe jugar?

No alcancé a responderle su imprudencia pues en ese momento sopló la brisa de junio con toda la fuerza y tumbó las fichas que tanto trabajo nos había costado parar y organizar. El niño miró hacia el cielo, decepcionado.

- Dios es malo- dijo comenzando a acomodar otra vez las fichas.
- ¿Y eso por qué?- le pregunté enderezando las mías.
- ¿No ve cómo tumbó todas las fichas?
- Tenía pensado que otro era el malo.
- Quién.
- El diablo…
- No, el diablo no puede ser malo.
- ¿Por qué?
- Porque él vive debajo de la tierra. ¿Cómo va a poder soplar debajo de la tierra?
- Ya veo.
- En cambio Dios, mire como sopla, le da duro a las puertas, tumba las fichas… Sopla y sopla.

El viento de junio siguió soplando con esa fuerza que se traen los vientos cuando vienen de viajes largos, del Caribe, del lago de Maracaibo y se cruzan con las brisas del Catatumbo. En cualquier lugar de la ciudad calurosa ese viento era recibido como una bendición de Dios, en cualquier lugar menos en aquella escuela desolada, donde el viento estaba causando graves estragos: a duras penas nos las arreglábamos para enderezar las fichas que se caían una tras otra y el largo juego no podía comenzar. Dios es bueno, pensé disfrutando del frescor de la tarde, pero no me atreví a decirlo en voz alta: el niño me hubiera mirado como quien mira a un insensato.

-Dios es muy malo – dije al fin decepcionado, levantándome-; no nos dejó jugar.
-Eso ya lo sabía – dijo el niño sin mirarme, empeñado en juntar las fichas.

Salí de la escuela y llegué al centro de la ciudad cuando ya estaban cayendo las sombras. No quise ni imaginarme como sería esa escuela de noche, las voces que allí se escucharían, la eterna pugna entre Dios y el diablo que siempre escogen escuelas desoladas para debatir sus arcanos.

Benjamin Casadiego © 2009